Camino por la tranquila ciudad de Oruro, es casi como si estuviera en el patio de una casa que nunca dejé. Todo es muy relajado y avanza a nivel cansino. Si aceptamos la idea de que las ciudades se distinguen por sus intensidades de color, de velocidad y de sonidos, entonces veremos que Oruro es una ciudad lenta, de colores más bien opacos. Cuando uno visita la tierra de los Urus después de haber pasado mucho tiempo en Santa Cruz, o volviendo del exterior, experimenta un contraste enorme apenas descender del autobús, y no nos referimos a la cuestión del clima. Los minibuses que vienen de la zona norte avanzan a un paso de tortuga, casi como si estuvieran moviéndose trabajosamente mediante un mecanismo arcaico: dos hámsters corriendo en dos ruedas por debajo, generando así el movimiento de los cansinos transportes públicos. La ciudad adolece de calles angostas, pocas, muy pocas avenidas. Y decimos que adolece porque existen muchos sectores donde los peatones se ven obligados a caminar por la calle, lo cual se suma a la inflación de vehículos de transporte público. Todo se concentra en torno a la Plaza 10 de febrero, íntima, ruidosa, muy agradable en días soleados. La nota negativa es la suciedad. Nos enteramos de que el Municipio hizo correr una circular donde se insta a los vecinos a que saquen la basura sólo en horas tardías de la noche, a riesgo de ser multados en caso contrario. El problema es que a partir de las 9 de la noche la ciudad comienza a verse inundada de montones de bolsas de basura por todos lados (esquina-media cuadra-esquina). Las calles Sucre y Bolívar presentan un deplorable espectáculo, mientras los perros vagabundos hacen su festín. Una vez más, la raíz del problema tiene que ver con la estrechez de las calles. La alcaldía determinó que se dejara la basura en esquinas a partir de las 10 de la noche, porque cuando se hacía el recojo temprano en la mañana se perjudicaba el tránsito vehicular, gente de ida a sus trabajos, niños camino a sus escuelas... un quilombo. Un problema que se vivía ya desde los tiempos en que hice el kinder en el Colegio Alemán de esta ciudad que atesoro en el corazón.
Pasemos. He sostenido diversas reuniones con autoridades locales, es tiempo de descansar. Don Mario es un trabajador que lustra zapatos en la Plaza 10 de Febrero, oriundo de La Paz, pero radicado en esta tierra desde hace 57 años, me cuenta que toca la zampoña y fue jugador de fútbol en la Serie A de la AFO; hombre muy ameno, conversamos mientras observamos el mal espectáculo que brindan los montones de basura que se han ido juntando en distintos sectores de la plaza que, a comparación de otros lugares de la ciudad como la esquina de la 6 de agosto y León, es más pasable, en parte gracias a la ayuda de los vecinos de la zona central. La ciudad sufre la huelga indefinida decretada desde hace dos días por los trabajadores de la empresa de aseo EMAO, se conoce que reclaman la cancelación de pagos retroactivos y el aumento de salarios.Fuera de esta inocultable evidencia, hay muchas otras cosas que se observan a primera vista en un paseo por las principales calles de la ciudad. Llama la atención que en cualquier lugar, en cualquier esquina, pese a la estrechez de las aceras, una vendedora de comida se instala tapando la circulación, y nadie hace nada para cambiar esa situación. Oruro es cada vez más una especie de gran centro comercial extendido. La Feria del Mercado Fermín López que comienza en la Iglesia Santo Domingo ya no abarca simplemente las calles ascendentes. Da la impresión de que el mercado es toda la ciudad, un gran centro de tiendas y comerciantes informales.
En medio de esa realidad se encuentran los espacios culturales. Al menos tres que son referenciales: La Casa de la Cultura, por la zona de la terminal de buses; la Casa de Patiño en la Soria Galvarro; y el Palais Concert en plena plaza principal. Ninguno de los tres funciona como Centro de Arte. En Oruro estamos muy lejos, el aprovechamiento del espacio es mínimo, la difusión de la cultura es una tarea que se deja en manos de la que gente que tiene buena voluntad y puede animarse a gestionar alguna función de música, de teatro o de danza. La Casa de la Cultura, que es la construcción más imponente en este rubro, se muestra algo abandonada vista desde fuera. El Oficial Mayor de Cultura, un hombre afecto a la lectura de espiritualidad (él cita los libros de Lobsang Rampa como sus favoritos), me cuenta que nunca se ha hecho una mantenimiento del edificio desde su creación (alrededor del año 2001). Mientras la Casa de Patiño acoge mayormente pequeñas ferias del libro, o alguna que otra presentación; se sostiene en la base de su museo. Sin embargo, el que más bulla ha provocado en las últimas semanas ha sido el Palais Concert, debido a que no se ha llegado a un consenso entre Gobernación, artistas, arquitectos, gestores y Consejo Deptal de Cultura respecto a qué hacer con ese espacio, según qué terminos de referencia pedir que se lanze una convocatoria de licitación a nivel nacional. El arquitecto Boris Medina dijo en una Asamblea sobre Arte Patrimonio y Cultura realizada el pasado jueves que resulta un crimen pasar por alto los criterios con los que el edificio del Palais fue construido, y propone que se restaure tal y como fue concebido. El problema de los arquitectos en Oruro es que piensan en términos de monumentos, buscan preservar un modelo de arquitectura que en Oruro ya ha perdido toda su consistencia desde que los comerciantes ambulantes tienen la posibilidad de construir grandes casas comercials con fachadas provenientes de un estilo que el notable arquirecto paceño Carlos Villagómez llamó en su momento "arquitectura chojcha"; él ser refería a las construcciones que se pueden observar en zonas como la Uyustus, en La Paz.
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