La noche avanza inclemente en su paso sin hacer el menor caso a las expectativas de las mentes vacilantes, se detiene y mira con cautela, no hay nada que temer, todo está bien. En las calles algunos seres anónimos para nosotros duermen sobre pedazos de cartón y utilizan otros tantos para cubrirse del aire frío que nos visita en horas de madrugada. No lleva a nada en este momento lanzarse en un discurso sobre las desigualdades, como el hecho de que yo escribo esto en una computadora portátil sentado en un cómodo cuarto mientras otros seres se acomodan cada tanto de uno y otro lado para aminorar los moretones y el dolor que empiezan a sentir en los costados. No podría concebir ni siquiera en este marco en afanarme por tener un reloj de marca que, según la cotización de un amigo, vale alrededor de $us 15000, sería convertirse en un atorrante de siete suelas.
Lo que sí me interesa apuntar es que al menos se me ocurrieron un par de ideas en estos dos últimos días. Leí en la fantástica Revista Ñ de Clarín un artículo en el que se cuestionaba el valor e impacto sobre la literatura del twitter. Un escritor decía que prefiere tener una idea al año que sirva para escribir un libro, que tener 20 ideas al día para usarlas como tweets. Esto me hizo cavilar durante dos minutos sobre el valor de las ideas, sobre el mercado en el que son expuestas, y la importancia que pueden tener o no en un circuito simbólico. El caso es que mi idea era básicamente una agrupación de varias otras ideas que desfilaron por mi mente desde hace un par de años. No sólo es el Parque De Filosofía el tipo de espacio que asegura las trasferencias que deseamos efectuar. La niñez y sobre todo la adolescencia son etapas de la vida en formación que extrañan ciertas transferencias educativas que no reciben a nivel colegial. Nos ocupamos entonces de diseñar y poner en movimiento espacios sustitutos, eso que Justo Pastor Mellado denomina espacios editoriales.
Parque De Filosofía está plenamente conectado con un Aeropuerto de Ideas. Los porteños de Valparaíso organizan cada cierto tiempo un Puerto de Ideas. La idea me parece llamativa. En mi caso sin embargo la creación impulsa un Aeropuerto de Ideas. Qué quiere decir puerto aéreo. No es que el puerto esté en el aire, pero es un puerto que sirve para hacer aterrizar naves que están en el aire, y para hacer despegar otras. Se trata de dos momentos complementarios. Hace un tiempo cuando leía un libro de Hegel tuve una especie de visión, justamente en una espera en la sala de pre-embarque para que saliera mi avión de Cochabamba a Santa Cruz. Soñaba que tenía tratos personales con filósofos referenciales de la historia como Rosseau, Hobbes, Diderot e incluso creo Spinoza. En un momento dado se anunciaba en los megáfonos la llegada del vuelo de Rousseau, y eso nos ponía a todos en movimiento, el anuncio era en realidad la apertura de una temática. Era alucinante estar sentado en una sala de espera y saber que en los próximos vuelos llegaban filósofos de la Antigüedad. Estoy seguro que Jostein Gardner, el autor del best seller El mundo de Sofía, podría escribir una buena novela usando esta idea; yo no creo que tendría el tiempo ni el suficiente talento y motivación como para escribir una novela acerca de ello, pues mi manera de prolongar la idea sigue otros derroteros más ligados al campo del ensayo y la gestión de acciones culturales. Me pregunto ¿qué querría decir que la voz en el sueño anunciara la partida de un filósofo por la salida de su vuelo? Probablemente que su estadía en nuestro espacio aéreo terminaba, aunque no quedaba clausurada la posibilidad de conexión próxima, y de que un siguiente vuelo le haga tomar una escala para revisitar el mismo lugar. El aeropuerto es también importante por la facilidad con la que permite establecer paralelos para dar un sentido clave del doble trabajo con las ideas: algunas hay que hacerlas aterrizar, concretizarlas con respecto a nuestra actualidad, a condición de operarles ligeras modificaciones, pero ellas están en nuestro espacio aéreo; otras hay que terminar de ensamblarlas y dotarlas de suficiente aliento para hacerlas despegar, mandarlas al mundo de las conexiones donde se enlazarán con otras de variadas procedencias para hacer crecer agenciamientos específicos. Se trata siempre de un espacio aéreo, en el sentido que Henry Miller se refiere a las ideas y los grandes libros. Él dice ¿quiénes firman los grandes libros? No somos nosotros, aclara, pues concibe al artista como un ser que tiene una antena, que tiene la felicidad de captar ciertas ideas que están en el aire y de "engancharlas" en modo adecuado. Se podría decir entonces que el artista hace conexiones; un aeropuerto también sirve como espacio de conexión entre un destino y otro. Si bien en temas de vuelos los destinos y los puntos de partida siempre están bien delimitados desde un principio, en cuanto al trabajo de las ideas lo que nos interesa recalcar es ese estado de estar en medio, de que un aeropuerto no sea nunca el lugar de llegada ni el lugar de partida específicamente, sólo es un medio. Nunca se viaja a una ciudad para ir a conocer el aeropuerto de esa ciudad... si me dejo entender.
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