En las últimas décadas se han escrito varios libros, tesis y monografías sobre la filosofía de Gilles Deleuze (1925-1995), haciendo que aquel grito de Foucault, "algún día el siglo será deleuziano", retumbara con mayor cercanía. De todos modos esa nunca fue más que una contraseña entre amigos. Lo que habría que decir de entrada respecto de los libros que se escriben sobre
Deleuze, es que deben abordarse siempre como productos que conciernen
a sus autores, y no a Deleuze, puesto que o bien han tratado de explicarlo sistemáticamente o bien se han puesto a dialogar con él; pero Deleuze está en otra parte. Cuando unos periodistas le preguntaron en una ocasión a Deleuze por qué había escrito
un libro sobre Foucault, les respondió que, en primera instancia, había
sido por necesidad, por la falta que le hacía después de su muerte, y también por intentar hacerlo
hablar una vez más. En lo concreto, se trataba de seguir con la vieja estrategia, hacer que sea la fuerza Foucault la que presionara su pensamiento, trazar una línea diagonal desde las problemáticas de Foucault hasta las suyas, y ver qué se producía en el espacio entre. Esto puede entenderse como un devenir-Foucault-de-Deleuze,
o un devenir-Deleuze-de-Foucault, como lo han hecho notar ya otros autores. En el caso de este libro titulado Deleuze, el clamor del ser, el efecto es
similar, y la pregunta que se podría hacer a Alain Badiou es parecida: ¿Por qué
escribir un libro de este tipo sobre Deleuze? En sus páginas se respira un poco de reproche, un poco de impotencia, también algo de admiración, pero se trata sobre todo de "un enemigo" escribiendo desde el otro lado de la barda. Él responde a esta interrogante en la primera parte:
“para mí es como una gran última carta póstuma”. Es también lo que le hubiera gustado
decirle acerca de las cuestiones que admiraba en el pensamiento del autor de Lógica del sentido, pero también
de las cuestiones con las que nunca llegó a estar de acuerdo. Fiel al proyecto nietzscheano, Deleuze intentaba salir de la trascendencia platónica a partir de
la postulación de la univocidad del ser, mientras Badiou intenta fundar un
platonismo de lo múltiple, cuestión que los aleja en diversas líneas, y que es
el hilo conductor de esta obra[1].
Acerca de Badiou
Alain Badiou (Marruecos, 1937) es un
filósofo, dramaturgo y novelista francés. Imparte cursos en el Collège international de philosophie.
Fue discípulo de Louis Althusser, el cual lo influenció fuertemente en sus
primeros trabajos epistemológicos. Entre sus obras más destacadas están:
“Teoría del Sujeto" (1982), “Manifiesto por la filosofía” (1989), “La
ética” (1993), “Deleuze, el clamor del ser” (1997), y Circunstancias (2004). Su
obra principal es sin embargo, “El ser y el acontecimiento”, que salió a la luz
en 1988, donde defiende las matemáticas como la verdadera ontología, o "la
ciencia del ente en cuanto ente". En 2006 publicó su segunda parte, “Logique
des mondes. L'être et l'événement 2”. Ambos libros sobre el acontecimiento vinieron acompañados de dos publicaciones menores, que fueron los Manifiestos por la filosofía.
Lectura a contracorriente
En “Deleuze.
El clamor del ser”, Ed Manantial, Badiou presenta algunos principios
generales que, considera, deben gobernar el examen de la filosofía deleuziana,
y que, siendo fieles a su espíritu, están alejados de la doxa que se constituyó a su alrededor. Es también un intento por
entrar en el corazón del pensamiento de Deleuze a partir de una afirmación que éste
hizo en Diferencia y repetición:
“nunca hubo otra proposición ontológica: el Ser es unívoco”. Badiou piensa que
es ésta condición del ser la que determina todo el recorrido deleuziano por la
historia de la filosofía: “allí se encuentran sus camaradas, sus apoyos, sus
casos de pensamientos privilegiados, quienes sostuvieron explícitamente que el
ser tenía una sola voz. Duns Scotto, los estoicos, Spinoza, Nietzsche,
Bergson…” Es sabido que a partir de estos filósofos laterales en la historia de la filosofía Deleuze desarrolló un estilo
indirecto, logrando hacerse indiscernible a sí mismo, y evitando las condicionantes
del discurso que aluden al ¿quién habla? Esto es así porque no eran repeticiones ni
interpretaciones, sino producciones por presión, sobre Deleuze, de lo que a
través de ellos, hacía caso de otra presión, de otra coacción. Nos sentimos
tentados a decir que en este libro le pasó lo mismo a Badiou que, al parecer, no pudo evitar experimentar
con la estrategia deleuziana, pues al escribirlo, encontró también una
manera de hacer saltar, en su pensamiento, las fuerzas impersonales que lo poblaban,
y que se veían forzadas a salir bajo la presión de la fuerza-Deleuze[2]. Y el resultado es
particularmente interesante, pues lo que surge es una nueva afirmación de la
diferencia, un chispazo. Todos sabemos que en el pensamiento de Foucault, Guattari, Allez, Hardt,
etc., se pueden encontrar referencias muy favorables y esclarecedoras acerca
del pensamiento de Deleuze, precisamente porque se movían dentro de una
frecuencia imperceptible de afinidad, y en cierto modo esto los hacía cómplices,
los unía hacia una línea convergente. Pero en el caso de Badiou, lo que
encontramos es el producto de una divergencia, de un marcado contraste, y de las
referencias opuestas que Badiou tiene: Platón, Hegel Husserl, a partir de las
cuales ensaya una defensa contra Deleuze; lo acusa, por ejemplo, de no haber
podido hacer otra cosa que dar vueltas en torno al platonismo pues, habiendo
tratado de invertirlo, produjo el mismo efecto que se logró con Hegel, cuya
inversión por parte de Marx significó el soporte para una larga perpetuación. “Deleuze
propuso desde luego el anti-platonismo más generoso, el más abierto a las
creaciones contemporáneas, el menos destinal, el más progresista. Solo le faltó
terminar con el propio anti-platonismo” (p. 140). De este modo, la vieja
pregunta “dime que piensas de Platón y te diré quién eres” es usada como una
linterna para explorar en el proyecto filosófico de Deleuze.
Badiou
plantea algunas cuestiones discutibles, algunas paradojas, pues le parece que
Deleuze reivindicó, de manera doctrinal y condicionada, la continua liberación
del pensamiento. “Solo tenía una pasión intelectual auténtica: proseguir su
obra de acuerdo con el método intuitivo y riguroso que había fijado de una vez
por todas. Sin duda hacia falta la infinita multiplicidad de casos que componen
la vivacidad de la época, pero sobre todo la tenacidad incomparable de su
tratamiento uniforme, bajo la terrible ley de la univocidad del ser” (p. 133). En este punto Badiou encuentra un procedimiento inflexible en la obra de Deleuze, que hacía aceptar la diversidad,
pero solo en cuanto le servía sin retocar sus iniciales convicciones.
“Su bergsonismo refinado termina dándole la razón, en última instancia, a lo existente. La vida hace posible la multiplicidad de evaluaciones, pero ella misma no puede ser evaluada. Podría decirse que no hay nada nuevo bajo el sol porque todo lo que pasa es solo una inflexión del Uno, eterno retorno de lo Mismo. Puede decirse igualmente que todo es constantemente nuevo, ya que el uno vuelve indefinidamente, en su contingencia absoluta, a través de la perpetua creación de sus propios pliegues” (p.145)
De todo lo que se dice en esta obra se
puede objetar que es cierto solo en parte, que se pierde a momentos en los
pedidos por compromisos que le solían hacer a Deleuze algunos “intelectuales” o
representantes de escuelas, manteniéndose atrapados en la interpretación de las
interpretaciones, mientras Deleuze se mantenía impávido sin atender ni conceder,
limitándose a decir: “las cosas que hicimos son como cajas de herramientas, los
que quieran usarlas, allá ellos, nosotros ya estamos en otra parte” En favor de esta aproximación de Badiou habría que decir que no ha confeccionado una pura formalización de sus desacuerdos con Deleuze, menos aun un homenaje, pero sobre todo ha dado vida a una provocación, una invitación para pensar a partir y
en contra de Deleuze.
Epílogo
El último capítulo del libro es especialmente bello, pues
nos deja esa sensación que ya presentíamos: Deleuze nos impulsa, sin prometer
nada, a que nosotros también nos liberemos de nuestras cadenas particulares o
locales, a que hagamos algo de las imposibilidades que nos amaniatan, a que
convirtamos los obstáculos en medios. Interesante acercamiento de Badiou, tanto para los lectores que con este libro quieran alimentar sus posiciones de confrontación con
Deleuze (y con los llamados “pensadores posmodernistas” en general), como para
los que quieran profundizar en su obra abiertamente y sin contemplaciones.
Por: Jorge Luna Ortuño
(Agosto 2008)
[1] Por
ejemplo, en la vía de la univocidad del fundamento, Badiou considera que el concepto
de virtual ocupa un lugar estratégico en la obra de Deleuze, y a la vez, es el
concepto que los separa más abruptamente
[2] Badiou observa en el prólogo a
la edición castellana de “El ser y el acontecimiento”, que esta obra le sirve
como reservorio de conceptos y métodos de pensamiento, y que extiende en su uso
para precisar su concepción de la filosofía. En el caso de Deleuze, la
estrategia es el contraste, no tanto para explicar a Deleuze, sino para
afirmarse a sí mismo.
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