Estilo
Jesús Urzagasti nació un 15 de octubre de 1941 en
el Chaco tarijeño, y felizmente no falleció un 14 de agosto de 1977, como
auguraba El Otro en su novela En el país
del silencio. Jesús se fue a morar a las tierras de antaño recién en abril
de este año. En el transcurso de ese tiempo vivido nos dejó legada su límpida
filosofía de vida, nada de pirotecnia ni teorías, más bien una escritura que
revela la calidad de sus tendones curtidos por los azotes de la adversidad y
bendecidos por la compañía de las fuerzas amigas.
Friedrich Nietzsche nació en el mismo día y mes
que el chaqueño. Es un dato que no tiene mayor relevancia salvo para aquellos
que se toman en serio la significación de los números. Conozco poco de ello
pero también pienso para mis adentros que no hay razón para negarle entrada a
la morada del asombro. Sé muy bien que Jesús leyó a Nietzsche y que también
apreció con justa distancia la calidad del filósofo alemán, pero creo que Así habló Zarathustra le pareció un poco
pasado de melancólico. Entre Nietzsche y Urzagasti es muy difícil establecer
alguna comparación, tampoco es deseable; la única que me animo a hacer por no
pasar de tibio es que en ambos rebosa una irrenunciable voluntad de afirmar lo
vital, venga por donde venga y en la forma que lo haga.
Alguna vez Nietzsche escribió unas líneas sobre
el estilo que me endulzaron la vista y el tacto, por ejemplo cuando dice que la
riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos, y que hay que
aprender por ello a considerar todo como un gesto, desde la puntuación, la cesura
de las frases hasta las respiraciones. Escribir es un gesto como el de tantos
otros seres anónimos que ponen su grano de arena sin esperar ni un aplauso. Jesús
Urzagasti también puntea algunas ideas sobre el estilo: Tirinea, ese elogiado relato experimental, es un manual de estilo
de cabo a rabo; luego, En el país del
silencio contiene un par de páginas dedicadas a la misma cuestión. Y luego
todas las páginas donde lo revela sin tener la intención.
¨Aunque
los tratados digan lo contrario, no hay escritor de sangre o de buena estirpe
que no escriba como habla; es decir, escribe en la página sólo aquello que ha
de leer sin trabas ni fatigas, sin respiración opresiva ni tartamudeos¨. (En el país del silencio, p.
209).
La cosa es práctica: se escribe como se respira y
se respira a cabalidad como se anda por el mundo. Pero a mi corto entender siento que Jesús
nos ha dejado una serie de enseñanzas todavía más urgentes. Nos puso a la vista
por ejemplo las desdichas del boliviano que reniega de su procedencia, o que
simplemente está perdido por la confusión que provoca la existencia de varias
naciones en un solo país. Existe también mucho boliviano que pierde las cuentas
por endiosar a los que vienen del extranjero. ¡Sufrirás muchacho de la vida
para ser profeta en tu propia tierra!
Asumir lo propio
Para Jesús esta inseguridad es en gran medida una cuestión
del lenguaje. En toda su obra existe una atención al tema de la coexistencia de
los idiomas nativos en el país. La gran pregunta le sobrevive: ¿cómo asumir nuestro
mestizaje sin traicionar otros idiomas nuestros como el guaraní, el quechua, el
aymara...? Él encontró su respuesta, decía que lo mejor era interceder, por
ejemplo, para que entre ellos existieran relaciones amistosas, robos y capturas
fraternales antes que intromisiones inconscientes. Sirwiñaku. Y es así que en
su prosa los idiomas nativos y el castellano se están ahí nomás, transitando con soltura cada uno por su lado
sin estorbarse ni incomodarse cuando tienen ocasión de darse la mano.
Pero la cuestión de la inseguridad o falta de identidad no
pasa sólo por ahí. Como todo chaqueño de cepa, Jesús también sabía decir Yo con
confianza y sin ventilar nada de arrogancia. Templado como estaba en la vía de
los peligros, no desconocía la probabilidad de dar un mal paso en algún momento,
no sabía en qué forma, pero tenía por seguro que no iba a recular en caso de
hacerlo.
Pienso que un curso intensivo de lectura de las novelas de
Jesús le vendría de pelos a todos aquellos que manejan los hilos del fútbol
nacional. Nuestro fútbol nos muestra de manera amplificada la herida ocasionada
por la falta de autoestima y de confianza en lo propio. Porque cuando uno se
pregunta ¿a qué juega nuestra selección?, lo que sigue es el silencio que emana
la presencia de un mudo. No hay estilo, ni mística, menos un lugar común. En
raras ocasiones la verde juega con rabia, con un poco de asco, esto suele pasar
después de que furibundos hinchas y periodistas han desahogado sus
frustraciones y les han calentado las orejas a jugadores y cuerpo técnico, y de
repente aparecen goleando en La Paz. Pero ni siquiera es la rabia la seña que
puede reflejar la magia de nuestros paisajes ni el talante de la gente de
nuestro pueblo. Los charrúas hablan de su garra, los brasileños de su juego
bonito, los paraguayos de su juego aéreo… pero ¿nosotros?
Bolivia, país mediterráneo, poblado de seres majestuosos que
soportan la arbitrariedad sin rendirse ante las amenazas del que afana lo
ajeno, más preocupado por ser rico que por reivindicar lo originario. La
selección boliviana debería jugar como escriben nuestros grandes escritores, aquellos
que han presentido el ritmo oculto de nuestra tierra, los que han logrado hacer
respirar en su escritura esas pulsaciones doloridas todavía actuales que
escuchar su encanto.
Jesús Urzagasti tuvo este asunto de la pertenencia bastante
claro, incluso desde muy joven, aunque él diga que barajó esas certezas con
algo de retraso. Por eso se observa el fenómeno de que desde su ¨Alabanza Nro 2
al Gran Chaco¨, escrita con menos de veinte años, hasta su último poemario El árbol de la tribu (2012), su voz es siempre
la de un caminante maduro de presencia certera.
El centro oculto
Podemos ahondar un poco más en estas cavilaciones gracias a un
par de artículos compartidos en ¨Nueva Crónica y buen gobierno¨ por Norma Klhan
y Guillermo Delgado, donde Jesús habla de varias cosas. Refiriéndose al
carácter fronterizo de su procedencia, habla de las fuerzas centrípetas y fuerzas centrífugas a las que responde todo ser humano, no es un concepto teórico, es
algo que vivenció en carne propia y fue marca referencial en su vida. Habiendo
nacido en el Gran Chaco, ahí en la frontera con la Argentina, se consideraba
fronterizo. La fuerza centrífuga lo animó a irse a Salta, pero luego fue más
intensa la fuerza centrípeta que lo ligaba con el ¨centro secreto de Bolivia¨,
y que terminó devolviéndolo a La Paz.
¨Ese centro secreto lo tenemos todos los seres
humanos incorporado a nuestro organismo y toda mi vida lo único que
hice o lo fundamental fue buscar ese centro secreto. Vaya a saber si lo hallé,
pero yo he intuido ese centro secreto que a muchos les causa desasosiego y es
motivo de extravío para muchas gentes de Bolivia. Pueden ser muy inteligentes,
pueden ser muy avispados, pueden ser muy afortunados, pero ese centro no rinde
sus misterios secretos, valga la redundancia, sino al que va con otro talante,
con la suficiente humildad para reconocer la grandeza de una tierra como la
boliviana¨[1]. (Jesús Urzagasti por él mismo
(II): la obra)
La conocida frase que suele empeñarse para desanimar a un idealista,
¨hay que mantenerse con los pies en la tierra¨, no termina de alcanzar las
alturas del enfoque de Jesús, porque él era otro tipo de soñador. Lo que el
escurridizo chaqueño había descubierto era la necesidad de avanzar
prescindiendo de las ataduras que lo jalaban hacia mundos ajenos al suyo, pero preservando
simultáneamente la conexión vital que lo ligaba a su lugar, no sólo físico,
emocional, afectivo. Lo importante era mantenerse orientado. Pues él también
tocó a las puertas del desconcierto que provoca el desamparo extremo, que narra
en buena parte de En el país del silencio,
y aunque no arrugó caminó un buen trecho sin acertar en el clavo hasta que esa
luz le fue revelada.
¿Pero qué hacer para mantenerse en relación con ese centro?
Ante todo, ¡no transar! Esa la máxima de Jesús. Luego, respira.
En ocasión de una cena en casa de Jesús y Sulma |
Cuando te sientas perdido retorna a lo más básico de la vida:
la respiración –decía un maestro de artes marciales–. Sin respiración no hay
vida. La exhalación del aire nos permite soportar el peso del mundo. Pero
también nos conecta, nos permite alinear lo que estaba desenfocado. Sin haber
usado la palabra conexión, Jesús nos enseñó que hay que hacer todo aquello que
preserve la conexión que organiza saludablemente el organismo.
Tal vez no sea una verdad para todos, y está muy bien. Quienes
difieran de este enfoque, allá ellos, siguen su camino y tienen nuestros
respetos y las más atentas consideraciones, como diría Jursafú.
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