Está muy aburrido mi blog. No sé, tal vez el blog no sea para mí. He leído hace poco en la página de Enrique Vila Matas unas consideraciones sobre la espontaneidad del blog. Él dice que a veces se pierde en corrección, por apostarle a la espontaneidad, cuando hay tanto papel que juega la reescritura dentro de la escritura. Tiene razón. Por otro lado, no la tiene en lo absoluto. Es lo interesante de la vida, que se puede decir algo con total criterio y de manera legítima, pero lo mismo se puede argumentar opuestamente como si todo fuera de más de dos caras, y pienso en una moneda siempre que llego a este pensamiento.
Lo cierto es que no hay nada tan bello como la sensación de seguir con el hilo. Julio Barriga me ha dicho que su gran amigo difunto, Roberto Echazú, en realidad no escribía: borraba. Así de breve era el famoso Robertito, tan amigo de los diminutivos. "Es el hombre más grande que ha dado Tarija" - dice Julio, y por un segundo parece que el lenguaje le juega una mala pasada, porque aparenta ser una contradicción. Pero bien podría ser completamente cierto. Otra vez vemos que dos cosas completamente distintas se pueden decir de una misma cosa, y ambas con absoluta pertinencia y verdad.
Por eso ya no discuto mucho, ni siquiera con la madre de mi hijo, que tiene un PHD en darle a la contra a la primera cosa que observa que uno cree con convicción. A veces lo más inteligente con personas de su tipo es no dejar ver mucho interés por nada, no desear con notorio interés ningún tipo de cosa, como por ejemplo que te deje ver a tu hijo todo el día para irte a ver un partido de fútbol y llevarlo a hacer un montón de cosas que ni siquiera alcanzas a planear en tu imaginación.
Escribo este saco deshilachado y me doy cuenta de que este blog está muy aburrido, lo siento por la mayoría de los lectores. Sucede sin embargo que me estoy divirtiendo. Hoy por hoy vivo con lo justo, como un anciano, hay días que me siento anciano, no por debilidad ni porque me falten los dientes, sino por la vibración de reposo en mi interior, no me exalto ni me conmuevo con muchas de las fantasías que seducen a la mayoría de mi generación, no salgo a fiestas salvo alguna excepción, ni me gusta trasnocharme al calor de las bebidas y la música, salvo alguna ocasión. El pasado sábado un gran amigo me llevó a un condominio bastante lujoso donde se reunían con su grupo de emprendedores y emprendedoras. Esta últimas palabras no he terminado de entenderlas en varios años, pero qué vuelta que darle. Me encantó bailar con algunas de esas bellas muchachas al pie de un piscina azul como un botón de marinero; me divertí desde luego saboreando unas copas de Fernet con la infame Coca Cola. Pero antes o después volví a sentir que soy un subterráneo y que no hay forma de que ese bloque emerja en mí con tremenda intensidad. No me agradan esos espacios más que por tiempos limitados. Soy feliz avanzando en mi proyecto vital, que tiene que ver con la empresa de poner en limpio los pensamientos enmarañados que visitan cada mañana y que este último tiempo se quedan revoloteando hasta altas horas de la noche por ahí. Anoto los que puedo en un cuaderno hasta que me duele la mano un poco. Pongo agua en mi vieja caldera eléctrica, que ya no puede ni apagarse sola, y luego vacío el agua hervida a un termo crema que suena como sonaja. Soy un subterráneo porque no me gusta la idea de vivir enterrado, me gusta la luz y las ventanas amplias, el aire fresco y la compañía de ínfimos seres desconocidos y anónimos. En la calle estás rodeado pero estás solo, pero estás menos solo porque te alegras de que existan tantos seres como tú. Cada uno se bambolea y soporta sus crisis a su manera en las aceras de la ciudad, y a veces,
sólo a veces, alcanzo a percibir el drama de algunas vidas que se me cruzan, no hace falta que tengan los ojos vidriosos, ni que exhalen un alarido, pues siento una extraña vibración que me comunica de su desazón.
Siento que he vuelto a escribir aunque no sé bien qué. No importa, el ejercicio ha sido pleno. Leer a Enrique Vila Matas, con su "Versión disidente de Historia abreviada de la literatura portátil", me ha hecho dar ganas de sincerarme en múltiples maneras. No soy mucho más que un atorrante en ocasiones, me las doy de Don Corleone cada vez que puedo pero luego me descubro olvidando que dejé el agua en la caldera enfriándose otra vez, y que son las 12 de la noche y no he comido bien mi cena otra vez, las distracciones en cosas pequeñas le hacen a uno sentirse ínfimo, inoperante y hasta pequeño. Luego me sonrío y me acurruco de nuevo en la silla frente a la computadora. No es mucho, pero vivo tranquilo con poco, a la espera de pequeños placeres, pequeños lujos, como el gran lujo que tengo de compartir con mi hijito de cinco años. Aunque no vivo con él siempre recuerdo que tenemos un mundo entre los dos. A fuerza de cariño y constancia nos hemos hecho un mundo a nuestra medida, un mundo transformer, lleno de dinosaurios, con aventuras y diálogos de los más divertidos y hondos, es decir salpicados de la hondura cristalina que sólo puede tener un niño.
Sopla otra vez fuerte el viento y amenazan las gotas de lluvia, podría ser yo también el que duerme en las calles cerca de la plaza con un pedazo de cartón. Como vivo al día no me siento muy lejos de ese peligro, porque tan fuerte como soy no me veo soportando una vida así por más tiempo que unos días. Por ahora se me permite escribir y no lo doy por sentado, al final de cuentas, si todavía se me permite escribir debe ser porque algo tengo que decir.
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