Entrada al penal de mujeres, llamado según la neolengua orweliana: "centro de orientación femenina." (Fotografía del portal Bolivia en tus manos). |
El periodista es un
intelectual, o al menos tiene todo en su potencia para serlo. En Bolivia, por
hablar de nuestra realidad, muchas veces el trabajo del periodista consiste en
tener el coraje de decir lo que ya todo el mundo sabe. En otras ocasiones se
ocupa de cuestionar aquello que no se dice de lo que se ve. Así, su tarea se ve
hermanada con la del intelectual, el
investigador o el académico de punta, aunque varíen en sus procedimientos y en sus
enfoques al tratar un mismo objeto.
La reciente
polémica que se abrió entre Maria Galindo, de Radio Deseo, e Isabel Gracia, de
la Agencia de Noticias Fides, nos plantea también la cuestión de la función del
intelectual. Dado que se trató de una demanda de una periodista contra una
colega, las aristas del debate se han mantenido mayormente dentro de casa (casi
la totalidad de los que se pronunciaron son periodistas) pero no es un problema
que atañe solamente a ese gremio, ni tampoco parece cabal desviarlo hacia una discusión
sobre los parámetros de la libertad de expresión. Menos aún debería
aprovecharse esta situación para instalar una oposición binaria entre los que
defienden a Galindo y sus detractores.
Para no perder la
perspectiva es bueno volver a leer la crónica publicada por Isabel Gracia sobre
la situación de las madres en la cárcel de Obrajes en La Paz (Página Siete
24/05/2015). Es una crónica bien escrita, tibia, en la que la cronista no se
posiciona críticamente, tampoco incluye preguntas a las autoridades del penal
para cuestionar sobre la adversa realidad que está atestiguando. Según la misma
autora, fue escrita en oportunidad de la cercanía del día de la madre, lo cual,
da la impresión, la llevó a ablandar su enfoque, limitándola a confeccionar un
texto que intenta conmover por medio de la descripción de una realidad
desgarradora, y que se apoya en los testimonios que selecciona de algunas de
las convictas que viven con sus hijos en la prisión. Se trata de una opción legítima
y, al final del día, por su misma publicación, es ya un texto que interviene y
cuestiona.
Acto seguido, Maria
Galindo invita a la autora a su programa de entrevistas Barricada (Junio, 2015),
que en ocasiones es audaz y valioso, pero que en otras degenera en
interrogatorios que recuerdan los ejercicios de un fiscal exhortando al
sospechoso a que confiese. Habiendo sido celebrada la publicación de esta
crónica por la misma Galindo, uno hubiera esperado un poco más de complicidad
con la invitada, más allá de posibles diferencias, para analizar los temas
acuciantes, como por ejemplo la urgencia de modificar las terribles condiciones
en que viven los hijos de las madres detenidas dentro del penal. Converger,
ensamblar experiencias, llevarse más allá entre dos…
Pero Galindo eligió
la crítica más débil, que consiste en rebajar a la propia altura lo que se
critica. En lugar de entrar en tema, se ensañó con la autora y los rasgos de su
identidad. La periodista española se mostró ofendida poco después, pero bien
visto, la verdadera ofensa prejuiciosa no fue contra ella, sino contra las
mujeres detenidas en el penal, puesto que según el argumento de Galindo –falaz ad hominem por cierto– sólo las gordas, morenas,
feas y que no sean rubias pueden comprender a las madres en la prisión paceña,
y por tanto son las únicas que tienen legitimidad para hacer una crónica
periodística sobre ellas. Quien atenta en realidad ahí contra la libertad de
opinión publicada es Galindo, con su posición tan superficial y cosificante. Si
se la tomara en serio, resultaría que ninguna periodista blanca, simpática y
rubia, y además ¡española!, ¡qué horror!, podría practicar un periodismo
comprometido de crítica social en Bolivia.
En cambio el otro
tema que Galindo le plantea en el último tramo de la entrevista es ya un
problema relevante. Tiene tres aristas: 1) la forma en que se debería enfocar críticamente
temas tan sensibles de la realidad social; 2) si escribir es representar o
hablar por otros; 3) la función del intelectual.
Inmediatamente estos
temas me retrotrajeron a una entrevista que el filósofo francés Gilles Deleuze
le hizo a su colega Michel Foucault en los 70: “Los intelectuales y el poder”, texto
donde se refieren al trabajo de este último, que había organizado grupos de
información sobre las prisiones como parte de su investigación sobre el poder
disciplinario. Planteaban la tarea del intelectual ya no como la consciencia ni
la voz de los que no pueden hablar. Con los grupos de información lo que hizo
Foucault fue instaurar nuevas condiciones en las que los prisioneros pudiesen
ellos mismos expresarse. Así, la cuestión era cómo conectarse con los
prisioneros, cómo producir con ellos un sistema de conexión en un conjunto, en
una multiplicidad de piezas y de pedazos a la vez teóricos y prácticos.
¿Cómo puede el
periodismo hacer más eficientes los canales de expresión de los sectores
vulnerables que normalmente no hacen escuchar su propia voz? Ese era un
planteamiento interesante. Una discusión en términos de producción es siempre
mucho más valiosa. Isabel Gracia no había presentado una teoría sobre la
vigencia del arcaico modelo de encierro en Bolivia, sin embargo Galindo la
increpó como si le refutara una hipótesis absurda. Y se trataba sólo de una
crónica. Los veinte minutos de la Barricada, Galindo podía haberlos dedicado a
conversar los temas mencionados CON su invitada, para construir entre ambas una
crítica de la estructura de las cárceles, o de las condiciones que llevan a muchas
mujeres a delinquir por necesidad. Pero muy atada a su formato que llama
Barricada, creyéndose sabedora de todo, Galindo se empeñó en ir CONTRA su
invitada, para luego hablar, de paso, de las condiciones adversas de madres
tras las rejas. Una falta de respeto.
La pasividad de
Isabel Gracia, que no supo cortar ni defenderse con argumentos que retornen la
conversación a su cauce relevante, alimentaron el ánimo combativo de Galindo.
Después la co-fundadora de Mujeres Creando declararía en una entrevista para
Página Siete (1/7/2015), que lo que está en debate en realidad después de la
demanda de Isabel Gracia, es el formato entrevista en el periodismo actual. Pero en verdad, lo ocurrido nos invita a
pensar en las formas en que se debe ejercer hoy en día un periodismo
comprometido con la transformación social, y que no se limite a describir o
enunciar desde el ficticio lugar de la neutralidad. Y segundo, acerca de la
práctica de otro tipo de crítica, que no consista en ir en contra de todo, sino
que utilice el momento de la negación como antesala de la producción afirmativa
de algo nuevo que contrapese a lo que se repudia.
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