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miércoles, 10 de junio de 2020
lunes, 6 de abril de 2020
AURIFICIOS, NOTAS A PIE DE PÁGINA
"La inteligencia es a la intuición lo que el buzo al aviador: va a palpar al fondo de las aguas lo que aquella le señala desde el aire"
HENRI BERGON
No puedo leer la novela de Alan Castro Riveros, Aurificios, sin hacerme la imagen del estilo de juego del Barcelona F.C. en los años que lo dirigía Pep Guardiola (2008-2012). Ese merodear con sentido de belleza estética y alta técnica, con gran dominio de balón y fomentando la circulación de los flujos desde todo punto de vista. Escribiendo sobre Aurificios me posiciono como lector, comparto testimonio de una manera posible de leerlo, lo cual no significa gran cosa. Tomás Abraham escribió en alguna parte la razón de ello: "el arte de leer un libro es de los modos de expresión escrita que no se presenta a sí misma como original, sino con la modestia de una segunda versión".
Sin embargo, la sensación permanente es que Aurificios nos desborda en muchas maneras. El que lo escribe parece estar viviendo también un proceso que lo rebasa a medida que avanza. Aurificios es desborde. Es difícil entrarle a este libro para una lectura explorativa inicial, porque no tiene ni índice ni prefacio, menos un prólogo, ni muestra tampoco señales laterales para orientarse y armarse un mapa. El autor confía en que cada lector se las sepa arreglar. En verdad es un libro de planos, y si bien muchos lo son en diferentes géneros, esta sensación de estar parado frente a un pastel mil hojas es particularmente viva con Aurificios. Hay algo más: es un libro de planos superpuestos que crece como un árbol, es decir verticalmente en cuanto a la superficie. Está compuesto por 111 capítulos de distinta duración, y su estructura me recuerda las pinturas esféricas del artista y filósofo boliviano Fernando Rodríguez Casas.
Aurificios me amplió compresión del árbol, lo cual me permite avanzar en mi propio proyecto filosófico. Yo privilegiaba la imagen de los subsuelos, quizá de las minas, pero Alan se sirve del árbol por diversas razones. El aspirante a retratista del espacio nos dice: "cuando se corta un árbol se revelan las órbitas que componen el volumen de su tronco, los movimientos que han construido el grosor de su verticalidad. El árbol se expande hacia los costados. Si sólo fuera vertical no distinguiríamos nada, sólo creceríamos; si alguien nos hiciera un corte no vería el cosmos que se ha constituido en nuestra difusión geográfica [...] La consolidación de la rectitud es una expansión circular, explosiva". (p. 19).
Una escritura que se expande sin moverse del lugar. En cierta ocasión, un gran amigo que tuvimos en común, Jesús Urzagasti me dijo lo siguiente: "dentro de cada uno conviven diferentes voces, cada una de ellas puede ser un personaje, cada una pide expresarse, y tú estás de algún modo en todas ellas". Recuerdo preguntarle y cómo hacer para dejar salir todas esas voces y no caer al mismo tiempo en una especie de esquizofrenia en la vida cotidiana. Su respuesta fue algo así: "Porque tiene que haber uno que dirige, no impone, es más parecido a un mago, juega y hace jugar, ese mago eres tú". Ese malabarista que hace jugar las voces dentro de un conjunto, debe ser parte de esa búsqueda que todo escritor debe hacer por una voz propia. Alan Castro presenta su libro como un viaje de descubrimiento de sí mismo. Tiene algo que ver con la autobiografía, pero apenas da unos pasos en esa dirección inmediatamente se desmarca de ahí gracias a la ficción. ¿Pero acaso no es este un ensayo con aliento literario? ¿Una indagación a lo Macedonio Fernández donde se explora sobre las condiciones de posibilidad de la novela mientras se está haciendo una novela? No es sola y meramente un ensayo porque avanza en la forma de novela, y la novela tiene la ventaja de no estar obligada a fijar los conceptos que van saliendo de su sombrero, no necesita enmarcarlos, repetirlos, sistematizarlos ni ordenarlos a medida que avanza. Esto no descarta que el término inventado Aurificios pueda ser materia prima para la creación de un concepto filosófico. En una novela saltan gérmenes de conceptos, así como en un tratado o en un ensayo filosófico pueden encontrarse gérmenes de personajes que después la literatura sabrá servirse. Aurificios merodea, y en su camino filosofa sobre el miedo, las manos, la insubordinación... Uno de sus ejes es la investigación sobre el oro, el elemento "auri" de la ecuación; acoplamiento entre el oro y los orificios.
Aurificios es un libro sin marco. No sé si se vaya a entender muy bien esto. Con marco me refiero a encuadre, y tiene que ver con el trabajo añadido que efectúa una editorial o la casa que publica el libro. ¿Cómo lo presenta? Personalmente considero a Fernando Barrientos, de Editorial El Cuervo, como uno de los mejores editores que tiene el país. Pues bien, veamos uno de los libros más vendidos para ellos, que fue El hombre que amaba a Amy Winehouse, de Julio Barriga. No es un libro de poesía, y no es precisamente una reunión de ensayos, sino más bien de relatos autobiográficos, narrados con diferentes estilos y reuniendo sensaciones de muchos años de experiencia por la vida y el mundo cultural. El encuadre, o la manera en que se presenta ante sus posibles lectores, se apoyó bastante en la figura carismática y algo construida de su autor, Julio Barriga, como el viejo poeta bohemio que está en la banca rota y que gusta de la joda y las rondas de alcohol con puñados de amigos. Es esa especie de escritor maldito, el que da la vida por la literatura, sacrifica su propio suceso y realización por la realización dentro del mundo de las letras, que de todos modos al final le termina siendo esquiva. La carnada además que usa la editorial es titular al libro con el título de uno de los textos que contiene, quizá el más mediático, el más pop de todos: "El hombre que amaba a Amy Winehouse". Este marco tiene que ver con la estrategia comercial de ofrecimiento del libro, cuestiones que no le atañen tanto al autor y sí mucho más a los editores, en esa vena de su nombre en inglés: publishers.
En el caso de Aurificios, la editorial Gente Común, hoy ya desaparecida, se durmió, como se suelen dormir las editoriales bolivianas en su mayoría. Aurificios no tiene encuadre. Esto podría ser parte de un deseo del mismo autor, no lo sabemos. Pero al no tener ese marco, que es también la confección de una expectativa alrededor, de unas señales para orientarlo, lo que resulta es que muy poca gente lo conozca, mayormente entendidos en la literatura y/o amigos del autor, lo cual es contradictorio, puesto que por el talante ameno y hasta insolente de su interior, por lo que cuenta y el tipo de lenguaje que usa, este libro podría ser leído con goce por los sectores no literarios del país, por los trabajadores manuales, los hinchas del fútbol de diversos oficios, los lustrabotas que tienen sus puestos en la plaza, las mujeres que se reúnen para recordar historias sobre Miraflores, los conductores de colectivos y tantos otros. Yo se lo recomendaría particularmente al incipiente gremio de artistas conceptuales en el país.
Por otra parte, Aurificios es un libro cien veces más arriesgado y experimental que El hombre que amaba a Winehouse, las profundidades en las que escarba tienen una potencia más enfocada y sostenida, siendo que no es una recolección de textos sino una novela con apariencia de recopilación de textos dispersos, que en realidad están cruzados por unos ejes conectores que sólo se revelan según desde dónde se los lea. Un eje conector para mí ha sido el árbol y la unión de la verticalidad con la expansión en círculos.
Por otra parte, Aurificios es un libro cien veces más arriesgado y experimental que El hombre que amaba a Winehouse, las profundidades en las que escarba tienen una potencia más enfocada y sostenida, siendo que no es una recolección de textos sino una novela con apariencia de recopilación de textos dispersos, que en realidad están cruzados por unos ejes conectores que sólo se revelan según desde dónde se los lea. Un eje conector para mí ha sido el árbol y la unión de la verticalidad con la expansión en círculos.
Una frase me ha llevado a muchas cavilaciones: "La consolidación de la rectitud es una expansión, circular, explosiva..." (p. 19). Me ha interesado tanto porque se alinea con mis propias investigaciones en otros campos, para explicar la unión entre las categorías de lo flotante y lo subterráneo. Deleuze y Guattari plantearon la oposición árbol vs rizomas. Los rizomas podrán ser muy dignos como imagen de los movimientos de izquierda en la política, pero nada comparables con la belleza de los árboles, y su generosidad aledaña, que se descubre cuando nos dan sombra en días que el sol o la lluvia no ofrecen tregua. El árbol como figura conceptual es criticado porque representa inmovilidad, jerarquía, centralismo en torno a un tronco, fijeza en torno a unas raíces. Pero Alan Castro aborda los árboles por otra vena, encontramos una noción de verticalidad que se apoya en la expansión de los círculos. Así también parece crecer la escritura de esta novela, expandiéndose en círculos, volviendo más adelante a los mismos lugares, pero desde otra perspectiva, como si el caminante ya hubiera dado la vuelta al cerro y nos reflejara lo que ve en el mismo punto pero desde más arriba.
En fin, todavía no he llegado a dar toda la vuelta con este libro, todavía sigo atorado en uno de sus anillos, pero ya me parece enorme, poético, travieso, un goce que el escritor nos comparte. Estas son algunas notas iniciales.
En fin, todavía no he llegado a dar toda la vuelta con este libro, todavía sigo atorado en uno de sus anillos, pero ya me parece enorme, poético, travieso, un goce que el escritor nos comparte. Estas son algunas notas iniciales.
sábado, 4 de abril de 2020
LOS SUBTERRÁNEOS FRENTE AL VIRUS
Lo que ha logrado el confinamiento es abrir un acceso a la dimensión subterránea de nuestras casas, y en sí, a relacionarnos con la subterraneidad de nuestras vidas. La cultura es aérea, el virus es aéreo, ambos están en la atmósfera, pero lo que nos sostiene, la fuerza y la organización de nuestros pequeños terrores, es subterránea, reposa en un adentro que nos subyace, y que encuentra ecos entre almas gemelas, resuena, más allá de las naciones, las razas, los atributos o las edades, y nos mantiene unidos por debajo
martes, 31 de marzo de 2020
SELENA DESDE EL OTRO LADO DE LAS ESTRELLAS
Por: Jorge Luna Ortuño
Cómo la flor,
tanto amor
me diste tú
se marchitó
me marchó
yo sé, perder
Pero...
cómo me duele
Podría ser la letra de una triste
carta de despedida escrita en clave de telegrama, corta y directa al grano,
pero cantadas en la voz apasionada de Selena se convirtieron en el primer gran éxito
musical que la llevó a la fama internacional, alcanzando el número uno en los
rankings de México y Estados Unidos. Bidi bidi bum bum, Amor prohibido, La
cacharra, El chico del apartamento 512..., eran ese tipo de canciones, de
letras sencillas y ritmo bailable contagiante, eran tal como Selena: práctica,
sin complicaciones, directo al punto, hacer lo que te hace feliz en el momento
en que te puede hacer feliz.
Versátil, enérgica, una flor, el concierto en el Astrodome de Houston, emprendedora, infatigable, ingenua,
romántica, tradicionalista y ecléctica a la vez... Multitud de palabras e
imágenes se agalopan en la mente cuando se habla de Selena Quintanilla Pérez
(1971-1995), la cantante mexicoamericana que a sus 23 años, trabajando muy
dedicadamente junto a su familia, había logrado establecerse como figura central
de la música hispanoamericana, logrando además introducir la tecnocumbia como
género musical.
La imagen icónica de Selena la
retrata con una amplia sonrisa, las cejas negras bien resaltadas y la pestañas contorneadas,
el pelo oscuro negro azabache, largo con un mechón ondulado cubriendo un lado
de su frente, los labios rojo carmesí, anchos y carnosos, componiéndose en
conjunto con las facciones de un rostro moreno de ascendencia indígena y
facciones juveniles; el cuerpo de mediana estatura, figura sensual y natural,
ataviada con elegantes y coloridos diseños que ella misma ideaba; toda esta
combinación adquiría vida en la ondulación de sus movimientos cadenciosos y
vibrantes, al compás de su variado juego de pies –con algunos shuffles que
recordaban a Muhammad Alí– y unas vueltas de tornillo que podía encadenar desde
dos hasta seis o siete repeticiones en un tiro. Nada de esto hubiera terminado
de llevarla hasta el alto sitial que alcanzó si no fuera por su prodigiosa voz,
que había cultivado a partir del talento natural que poseía desde niña, y que
fue creciendo en diferentes registros, alto, contra-alto, ¿soprano? Había sido estimulada
por su padre Abraham Quintanilla, quien la hizo cantar en distintos géneros,
desde la música en inglés tipo balada con tintes de blues, o la música tex-mex,
la cumbia o las rancheras. Pero no acaba ahí, hay algo más que debería
agregarse para entender por qué llegó donde llegó: su cálida y sencilla
personalidad. Cuando la presentaban como la reina del tex-mex, ella le restaba
importancia, no le gustaba ser diferenciada como “reina”, ninguna distinción de
título o de etiqueta le venía cómoda, salvo que le dijeran “la mera mera”, como
aceptaba entre risas.
Selena y los dinos afrontaban varios factores en su contra para creer que llegarían a triunfar
dentro de la competitiva industria musical de ese tiempo, que todavía no había
abierto el gran boquete por donde entraron Jenifer Lopez y Shakira, las
sucesoras (Gloria Estefan fue quizá la gran predecesora, pero dirigida a otro público). Desde sus nueve años –junto a sus hermanos Aby (bajo) y Suzete
(batería)– “Selena y los dinos “ se presentaron en múltiples espacios y eventos
brindando conciertos –desde fiestas familiares hasta tocadas en las esquinas–,
a veces escasamente pagados, y no lo hacían como entretenimiento familiar sino para
ganarse la vida, era un trabajo que involucraba tanto a su padre Abraham
(manager) como a su madre Marcela (apoyo en vestuario). Durante largos años los
Quintanilla no tuvieron otro ingreso que sus presentaciones, y hubo ocasiones de
emergencia en que llegaron a solicitar los cupones de alimentación social que
proveía el Estado. Había entre los Quintanilla un linaje de terquedad que
sacaron a relucir durante toda aquella vida gitana, de nómadas empedernidos, en
la que convirtieron la carretera en su
estancia y el bus familiar en su hogar. (Al bus lo llamaban “Bertha”). Los sostenía
la proyección de un sueño que compartían: intuimos, el reconocimiento nacional
e internacional. ¿Pero qué otras contras, además de la falta de dinero o la adversidad
de las condiciones, tenía Selena? Recordemos que ella había nacido en Corpus
Cristi – Texas, su primera lengua fue el inglés, no había necesitado el español;
aprendió las letras de las canciones en español, pero no precisamente a
conversar en ese idioma y esto fue hasta finales de la década de los 80, los
años que la catapultaron hacia el estrellato. Otra contra era que la música tejana
era un dominio reservado sólo para los intérpretes masculinos, pero incluso contra
aquella desigualdad de género, los Quintanilla supieron vérselas y asumir el
desafío, la terquedad otra vez los sacó a flote. Exigió los costos de una vida
muy diferente, un modo de vivir que ellos se construyeron para sí mismos: si bien
estuvieron en el colegio durante buena parte de aquellos años, Selena terminó
el colegio por correspondencia, pues las giras a sus 17 años ya eran mucho más
seguidas. Había un sistema que habían montado, con roles claros, y estaba
funcionando, aunque surgieran espinas en el camino. Por ejemplo, en una de las
escuelas que frecuentaron, hubieron voces de contados profesores que criticaron el nivel de exigencia que Abraham
le imponía a Selena en su vida musical. El padre de las hemanas Williams,
múltiples campeonas de tenis, lo hubiera entendido perfectamente, pero no los
ojos de personas que entienden la vida como el recorrido obediente por las
reglas que otros han ideado antes que nosotros. Abraham parecía tener en claro
que sus hijos no debían perderse las enseñanzas de la educación escolar, pero
este era simplemente un requisito que cumplir, no era la meta, no era la primera
prioridad a la que les pedía que pusieran su máxima dedicación; la música había
sido reservada para ese lugar especial en sus vidas, porque sabía que en ella
estaba la luz que los revelaba como extraordinarios.
No sería extraño que en múltiples
ocasiones, escuchar la fe de Abraham haya sido como seguir a un delirante
profeta, un alma de músico que deseaba vivir a través de sus hijos el éxito que
no había logrado encontrar con su banda “Los dinos” en los años 60. Había quizá
un componente de frustración personal que lo motivaba, pero sobre todo había
una visión, una extraña convicción en los poderes de sus hijos, como si pudiera
calibrar el potencial que llevaban en su reservorio. Abraham Quintanilla era el
ferviente Morfeus de una película en la que no le quedaba duda de que su hija
Selena era la elegida, la única, el Neo que habían esperado durante tanto
tiempo, no sólo en su familia, sino en el mundo de la cultura mexicana que
había echado raíces en los Estados Unidos.
Cabe situarse un poco en el
tiempo y lugar que están viviendo los Quintanilla en ese momento. Primera mitad
de los 80, después de la vibrante época contracultural de los 60 y los 70, la
experimentación y la psicodelia no tienen ya el mismo lugar, la música no tiene
la misma energía abrumadora en los EEUU. La vida en Texas recuerda que a mediados
del siglo XIX alemanes y polacos emigraron al sur de Estados Unidos y al norte
de México, trayendo consigo tradiciones y costumbres; tiñeron de valses y
polkas la región, que las adoptó como parte de su mixtura cultural. A comienzos
del siglo XX, la Revolución Mexicana tuvo como resultado el exilio de gran
cantidad de mexicanos al país vecino, particularmente a Texas. Esa creciente
población mexicana que había emigrado salió a flote poco a poco, aportando su
mano de obra en la agricultura y la ganadería, que eran la fuente principal de
sustento de la región. La música tex-mex era una gran parte de su sentimiento
de lucha contra el desarraigo y la necesidad de reterritorializarse a través de
esas melodías.
Qué curioso que aquel personaje “Elegido” para la comunidad hispanoamericana fuera una jovencita soñadora e inocente que dominaba el inglés pero que trastabillaba con el español, armada únicamente con su encandilante voz y un hambre de comerse al mundo bocado a bocado. La música era para Selena un acto de teletransportación, tanto para ella que realizaba en el escenario los viajes a las estrellas que contemplaba desde el techo de su casa queriendo vislumbrar su futuro, como también para sus seguidores, los públicos que asistían a verla o la escuchaban por la radio, quienes podrían conectarse en una especie de reunión grupal interestelar, lanzándose a sus propios infinitos, dentro de la finitud de sus deseos, ilusiones, desamores o proyectos del día a día. Puesto así podría sonar a la descripción del álbum “The dark side of the moon” de Pink Floyd en lugar de la música popular, comercial y bastante bailable que producía Selena junto a su banda. Y es verdad que hay de por sí una cualidad de teletransportación que le pertenece a la buena música en general. ¿Qué era pues lo especial en Selena? La música suya era, en el fondo, una relación con las estrellas, con la insondable sensación que viene con ellas al contemplarlas y saberse ínfimo, transitorio, completamente insignificante frente a los lugares que ellas ocupan en el espacio. Esta es una imagen que supo rescatar magistralmente el biopic protagonizado por Jennifer López el año de 1997, interpretando a Selena sólo dos años después de su fallecimiento. Nos muestra a una niña cumpliendo el ritual de fascinarse mirando esas estrellas para conversar consigo misma. La escena vuelve a ser empalmada al final de la película cuando aquel sueño es arrancado de la vida por un trágico desencuentro que termina sentenciando el final con un disparo en la espalda.
Qué curioso que aquel personaje “Elegido” para la comunidad hispanoamericana fuera una jovencita soñadora e inocente que dominaba el inglés pero que trastabillaba con el español, armada únicamente con su encandilante voz y un hambre de comerse al mundo bocado a bocado. La música era para Selena un acto de teletransportación, tanto para ella que realizaba en el escenario los viajes a las estrellas que contemplaba desde el techo de su casa queriendo vislumbrar su futuro, como también para sus seguidores, los públicos que asistían a verla o la escuchaban por la radio, quienes podrían conectarse en una especie de reunión grupal interestelar, lanzándose a sus propios infinitos, dentro de la finitud de sus deseos, ilusiones, desamores o proyectos del día a día. Puesto así podría sonar a la descripción del álbum “The dark side of the moon” de Pink Floyd en lugar de la música popular, comercial y bastante bailable que producía Selena junto a su banda. Y es verdad que hay de por sí una cualidad de teletransportación que le pertenece a la buena música en general. ¿Qué era pues lo especial en Selena? La música suya era, en el fondo, una relación con las estrellas, con la insondable sensación que viene con ellas al contemplarlas y saberse ínfimo, transitorio, completamente insignificante frente a los lugares que ellas ocupan en el espacio. Esta es una imagen que supo rescatar magistralmente el biopic protagonizado por Jennifer López el año de 1997, interpretando a Selena sólo dos años después de su fallecimiento. Nos muestra a una niña cumpliendo el ritual de fascinarse mirando esas estrellas para conversar consigo misma. La escena vuelve a ser empalmada al final de la película cuando aquel sueño es arrancado de la vida por un trágico desencuentro que termina sentenciando el final con un disparo en la espalda.
El famoso pintor holandés Vincent
Van Gogh nació un 30 de marzo, y falleció de igual modo trágicamente por una
bala que le atravesó el estómago y que lo tuvo convaleciente durante dos días; una
bala perversa que no debió haber estado nunca destinada a él, pero que fue el
producto de la idiotez y el descuido de unos muchachos que lo molestaban
mientras pintaba al aire libre en un pueblito francés. Van Gogh había escrito
en una de sus correspondencias estas líneas que nos conectan con la niña en
Texas leyendo su futuro en las estrellas desde el techo de una casita:
“En la vida de
un pintor, la muerte tal vez no sea el momento más difícil; respecto a mi
persona, declaro que no sé nada de la muerte, pero la vista de las estrellas
siempre me hace soñar. ¿Por qué, me digo a mí mismo, los puntos de luz en el
firmamento deben sernos inaccesibles? ¿Podemos hacer que la muerte se vaya a
una estrella y morir pacíficamente de ancianidad? Sería como ir allá a pie. Por
el momento ya me iré a la cama porque ya es tarde. Te deseo buenas noches.”
Autoretrato de Van Gogh |
Es la sensación que transmiten las últimas canciones en inglés de Selena, las cuales llegamos a conocer solamente después de su muerte: “I could fall in love”, pero principalmente “Dreaming of you”. Nos entregan a una voz luminosa que nos canta del más allá, aunque su presencia se sienta aun tan cercana, como pintura fresca en las paredes de la memoria. Estas canciones forman parte del disco en inglés que Selena debía presentar a mediados de 1995; la productora sólo alcanzó a grabar cuatro canciones. Fue el punto más alto en su desarrollo como solista. Ahí apareció otra vez la niña que contemplaba las estrellas para mirar los ojos de la mujer, ahora ya casada y con planes de tener un hijo. En la primera estrofa de “Dreaming of you” la letra pareciera hablarle a ella:
Tarde en la noche cuando todo el mundo
está durmiendo
Late at night when all the
world is sleeping
Me quedo despierta y pienso en ti
I stay up and think of you
Y deseo en una estrella
And
I wish on a star
Que en algún lugar también estés
pensando en mí
That somewhere you are
thinking of me too
Porque estoy soñando contigo esta noche
'Cause I'm dreaming of you
tonight
En la actualidad más de 50
millones de discos de Selena se han vendido en el mundo. Pasó a ser una leyenda
y un mito. Pero más allá de su éxito comercial, que autorizaría su
reconocimiento, Selena tocó vidas. Todavía recordamos la viva imagen de las
niñas y adolescentes vestidas como ella, con una boina o un sombrerito negro,
sosteniendo una vela y su retrato en la noche de la despedida, aquel inexplicable
31 de marzo, hace 25 años, cuando se supo que Selena había ya terminado su
visita por este mundo, el Planeta Tierra. Desde entonces otros confines la
tienen animando el paso del tiempo, es una más de esos tantos puntos luminosos que
dejaron un rastro feliz en su paso por acá. Van Gogh fue un hombre solo y no
gozó del más mínimo reconocimiento en vida, llegó a creer que su vida fue un
desfase de tiempos, porque “talvez pintaba para un público que aún no había
nacido”. Pero él imaginó la muerte tranquila como un viaje a pie a las
estrellas. Selena disfrutó en vida del reconocimiento pleno por su música. El mundo
ha seguido girando, hoy escribimos desde la reclusión de una cuarentena por un
virus que amenaza al mundo. La música de Selena todavía se sostiene y su
memoria se recuerda con cariño, también por quienes no la conocimos.
Van Gogh, "La noche estrellada" Van Gogh Gallery |
ANEXO:
Selena y los dinos |
Selena aparece siempre muy sencilla y jovial en las entrevistas que le hicieron en vida –muchas disponibles en youtube– unas más graciosas que otras. Si le hacían un piropo sobre su figura para extraer de ella unas reglas, una dieta, un modelo de conducta, ella desactivaba tales intentos de entrada, se mostraba muy respetuosa por la libertad de los otros, pues nada más molesto que ser delimitado a unos moldes, o crear moldes a seguir para otros. Con prontitud y una sonrisa aclaraba que su único secreto era darse gusto, disfrutar, en su caso, de las pizzas de peperonni o de los chocolates, y en grandes cantidades. ¿Hacer ejercicios? Ninguno, suficiente ya era el que tenía que hacer en el escenario para cada presentación. No había zumba en aquellos años, ni los aeróbicos mezclados con música bailable. Probablemente el ritmo pegajoso de sus canciones combinadas con las coreografías que ella mostraba en los escenarios fueron grandes inspiraciones. Sin embargo, Selena no quería tener ninguna relación con los lugares desde donde se dice cómo vivir su vida a los otros. A sus ojos, ella era solo una cantante, ni más ni menos. Imposible aliarla con las estrategias biopolíticas de modelación del cuerpo o de regulación de las energías sociales. Más bien ella toda era un canto a la desinhibición del cuerpo, a las líneas de fuga, desde su sonrisa, desde las letras de sus canciones, pasando por su vestimenta hasta sus pasos de baile, se fugaba por todos lados en un plano, no era predecible ni estructurada.
Un periodista le hace notar que
todos los negocios los manejan dentro de la familia Quintanilla: ¿al parecer es
una empresa familiar? –le comenta indagando una explicación. Y ella responde
sin mayor reparo: “Así es. Queremos quedarnos con toda la lana”, para luego
soltar una risa espontánea que la hace lucir aún más encantadora. Las palabras
cortas y el resorte de la risa constituyen su respuesta. Imposible recordar a
Selena si no es con una de esas sorpresivas risas y la tendencia a volver
cómico lo que podría parecer incómodo o desatinado en una situación.
Una entrevistadora de televisión
quiere buscar en los posibles defectos de Selena y le pregunta ¿pero qué es lo
que cambiarías si pudieras? Ella responde sin pensarlo dos veces: “mis pompas,
porque algunos dicen que parecen falsas, pero son reales, mira, tócalas”, y
seguidamente se ríe con la misma naturalidad.
El 16 de abril, por mandato del ex Presidente George Bush,
se recuerda en Texas como “El día de Selena”.
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Selena ya tiene su figura de cera en un museo
La última fotografía que tomaron a Selena
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