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domingo, 25 de mayo de 2014

CAMINANDO POR LA XV FERIA DEL LIBRO DE SANTA CRUZ (I)



El pasado jueves 22 de mayo comenzó la XV versión de la Feria del Libro, con el lema: "Santa Cruz, un libro abierto". En cuanto al contexto de la ciudad, la particularidad de este año es que el evento se constituye en antesala del encuentro internacional del G77 más China, que se realizará en junio también en la ciudad de los anillos. Hacemos notar este hecho por una cuestión práctica: una Feria del Libro, al igual que una Bienal de Arte, debería siempre deberse a su ciudad, subordinarse a ella, ser una invitación para recorrerla. 

Pero bueno, ya volveremos a ello. Lo concreto es que llegué a la ciudad con bríos medidos la noche de ese mismo jueves, en medio de una lluvia torrencial, sin saber que había arribado un frente de aire frío del sur. El viernes comenzaba recién la feria para mí como para muchos otros. Los stands en los pabellones todavía se estaban completando en muchos casos, pero en general el ambiente exhalaba ya el aire del que tiene todo listo para oficiar de anfitrión. El mal tiempo se mantuvo, lluvia y viento se sumaban a la baja temperatura, que en esta cálida ciudad hace escapar hasta al más pintado. 



Escuché a más de uno lamentarse por la coincidencia entre el pésimo clima con el inicio de esta fiesta del libro. Para mi coleto pensé que era más bien algo positivo, puesto que las ferias del libro -particularmente como se arman aquí- no terminan de transmitir la imagen esencial: que la lectura es una experiencia íntima, personal, individual, que requiere cierta desconexión respecto de la vorágine de nimiedades acostumbrada. Se puede después pensar en que diversos individuos que han leído una obra se reúnan para conocer otras miradas, o armen un club, pero no es ese el centro del asunto. Desde esta perspectiva, es bueno que esté nublado, que llueva, que todo invite a replegarse sobre uno mismo, puesto que es un excelente estímulo para reunirse con un libro de nuestra preferencia. Me parecía que el clima nos mostraba el camino, sentaba el escenario ideal para el evento, en lugar de perjudicarlo. Esta visión sin embargo sería muy difícilmente compartida por los organizadores así como por los libreros y otros encargados de stands, puesto que tales condiciones inciden negativamente en el conteo de asistencia de visitantes al campus ferial, y hacen también más exigente su trabajo, que los ata durante largas horas a su puesto. 

Viernes 23 de mayo
Comencé dando un paseo rápido por el Pabellón Brasil, que reúne a las editoriales y a la mayoría de las entidades más representativas en la industria nacional del libro. En la tarde tuvimos el problema de que los organizadores no encontraban la llave del salón "República Popular de China", donde la Biblioteca Municipal debía llevar a cabo un taller ("El placer de leer con el cine"). Finalmente nos trasladaron a otro salón más o menos cercano, no pillaron nunca el paradero de aquella llave misteriosa. Comencé ahí a darme cuenta de cómo funcionan ciertos espacios dentro de ese campus ferial, de cierta desconexión entre los que coordinan desde un escritorio con los que efectivamente se encuentran ahí para recibir a los expositores. Aquel día no existía todavía un programa impreso, de modo que todo se confiaba a los continuos avisos que realizaba una voz femenina por el megáfono. En realidad los asistentes de organización no tenían la menor idea acerca de qué tipo de talleres se debían dar en cada espacio, ni quién venía, ni de dónde, bastaba con avisarles que uno tenía algo preparado para esa hora, y ellos se ponían a correr y empezar a mover sillas o instalar el sonido. Las chicas de protocolo, en su mayoría muy atentas, se dispersaban para tratar de convencer a pequeños grupos que pasaban por ahí para que entraran a formar parte del taller. Todo era bastante al azar, improvisado, lo cual no dejaba de ser interesante para el taller. ¿Pero acaso no se podrían planificar citas con colegios para que los estudiantes aprovechen estos talleres en el sentido de potenciar ciertas áreas de aprendizaje? ¿No podrían incluso coordinarse un poco más los contenidos en función de las falencias?


En la noche me encontré en el stand de La Hoguera con el periodista de televisión Carlos Valverde, quien me presentó al director de la Editorial La Hoguera. Nos pusimos a conversar ahí los tres, cada uno lidiando con el frío, como quien deja pasar el tiempo mientras observa desde un punto de vista panorámico lo que ocurre alrededor. El pelado Valverde lucía más pelos que de costumbre, se mostró reticente a la hora de hacer una crítica a la organización del evento. Nos comentó que le parece maravilloso que asista la gente a pesar de las condiciones climáticas, aunque en menor proporción; hizo notar que es la única feria en el calendario de actividades de Santa Cruz en el que "no se ve culos y cuerpos de mujeres fuera de lugar", y de todos modos la gente va, porque lo que les interesa es eminentemente algo más ligado a la cultura. También está aquello de que se abre un espacio para la familia, que puede pasear y servirse algo en los puestos de pizza, pollos, crepés, cafés, e ir curioseando por ahí, quien sabe, hasta tal vez se compren un libro. :). 

Me encontré también con Ernesto Martinez, dueño de la librería Martinez y Achini. Había llegado desde La Paz para participar de un encuentro de bibliotecarios junto a William Rojas, director de la Biblioteca Municipal, y Peter Lewy, dueño de Lewy libros. Según me contó, el trío compartió ideas acerca del giro comercial que están sufriendo en el mundo los libros a causa de las ventas on line, de los e-books, y la continua tendencia a la digitalización de los libros, incluso en bibliotecas, y la de Harward es un caso especial en este ítem. Por supuesto que en Bolivia todavía no estamos tan preparados tecnológicamente como para asustarnos respecto de las transformaciones efectivas que se irán a dar. En Estados Unidos se ha producido un verdadero boom, no así en países como Francia, que tiene unas normas de protección a los libreros, tampoco en otros países europeos, más ligados a la tradición de los viejos canales de distribución. Ernesto confía sí en una cuestión, trazando un paralelo con la música: a la larga, la posibilidad de comprarse un libro digital, por un precio más barato que el físico, abrirá la posibilidad de que los lectores conozcan más libros, muchos de los que antes sólo en la versión impresa les resultaban inaccesibles por sus precios elevados. Confía en que, naturalmente, a pesar de haber leído ya ciertas novelas o textos de estudio en formato digital, una vez que comprueben de su calidad, decidan comprar también el libro físico, para tenerlo en su biblioteca, pues las personas "tienden a desear coleccionar buenas cosas a medida que van avanzando en edad". El libro es también una especie de fetiche. 

La composición de la sal


A las 19:15 me di una vuelta por el salón Enrique Kempff Mercado, donde se presentaba el libro de cuentos de la periodista boliviana-venezolana Magela Baudoin, a quien recordaba con cierta admiración por las piezas que leí de su trabajo en el Semanario Pulso, ya extinto a estas alturas. Su libro titulaba La composición de la sal (Plural editores), y por lo que comentó en la ocasión, se había servido de la sal como una especie de analogía de aquello que sirve como catalizador en la vida de las personas, ese toque salado que genera reacciones en los alimentos, y que enfatiza también en el dulce de las cosas. La acompañaba en la mesa el poeta Gabriel Chavez, que se expresó con mucha soltura, refiriéndose sólo de paso al libro y tratando más bien de brindarnos un retrato de la escritora, de la persona, la amiga, la periodista, etc. Lo que hizo con muy buena intención fue pasarnos una imagen de Baudoin por rodajas, para que cada uno se hiciera una fotografía integral del calibre de la persona que se mostraba aquel día. El otro presentador era un señor Daher si mal no recuerdo, no alcancé a oír más que las últimas palabras de su participación. Él sí se había referido más detalladamente a la obra en sí. 

Me pareció curioso que todavía persista esa necesidad de decir quién es la autora (no sólo en esta presentación), o quién es la persona, qué hace o qué hizo, que logros tiene en su vida, si tiene pareja o no, si tiene hijos, si trabaja, dónde lo hace, dónde estuvo, y qué es lo que une al comentador con el que ha escrito, si trabajan juntos en una agencia o no, etcétera. Todo ello me parece más bien irrelevante, tal vez porque me siento muy cercano a la posición de filósofos como Deleuze y Foucault, que no creen en la importancia central del autor, prefieren descentrar la cuestión, siguiendo a Nietzsche sostienen que ni siquiera se podría afirmar que el sujeto es el núcleo fundante del pensamiento. Alejados de la tradición iniciada con Descartes, que reconceptualiza al sujeto, ese par de filósofos franceses prefería que la atención se enfocase en el texto, en lo que se dice, qué hace ver, qué movimientos de pensamiento se provocan, qué nuevo giro introduce, qué se ha retomado, qué se ha dejado de atender. Los datos biográficos de un autor pueden allanar en ocasiones la comprensión pero, en líneas generales, lo que hacen es desviar la atención hacia derroteros más fáciles, apuran la interpretación cliché, o establecen pautas básicas que pueden ser mentirosas. Deleuze impulsó su trabajo siempre hacia la preformación de individualidades sin sujeto, el encanto de una sonrisa, el gesto imperceptible, la voz, cuestiones impersonales, más propias de un parque que de una persona. En cuanto a la creación, los seres humanos no somos más que corrientes que se ponen en atmósfera para engancharse a otras corrientes, y ello nos lleva a alguna parte, nos permite producir algo. No somos dueños de lo que se crea, solamente nos atrevemos a oficiar de mediums, según las fuerzas de nuestros tendones y cómo lo caminamos al mundo, sólo desde ahí podemos enganchar en tal o cual manera esas fuerzas. La creación nos visita, nos deja cabos sueltos a la mano, los tomamos para unirlos con otros que nos preceden, que vienen de muy lejos o ni siquiera presentíamos, y de todo ello aparece una obra. ¿Cómo levantarse méritos y quererle pedir el cambio a nadie? En ocasiones se olvidan estas cuestiones con la mejor de las intenciones, creyendo que se le hace un favor a un amigo al presentar su libro.

Volvamos a la presentación de aquel libro de Magela. La autora a su turno se mostró muy halagada, siguiendo la línea de Chávez se puso a detallar la importancia de los miembros de su familia en la confección de su libro. El evento tenía un rostro familiar, fue simpático. Ella se expresaba con una cadencia diferente, elegante, que invitaba a sentirse relajado, sin haber perdido su acento de venezolana, algo disminuido. En el prólogo Giovana Rivero le dedicó líneas elogiosas con un dejo de metafísicas: "Me gusta el cuento invisible que levita sobre cada cuento fáctico de este libro de Baudoin. Bebiendo de las tradiciones anglosajona y rusa de cuento, Baudoin sabe cómo desarrollar un relato doble, e incluso triple, que bebe, al mismo tiempo, de la vida".       

Cultura en la TV




Avanzada un poco más la noche me encontré con un tema de palpitante actualidad, era a las 20:15, un conversatorio que titulaba "Cultura en la TV", organizado por el Ministerio de Culturas y Turismo, en su espacio más íntimo y elegante, aunque pequeño para la cantidad de asistentes que permitía. Los protagonistas eran Ángel Careaga, Gerardo Guerra y José Antonio Prado, que se habían colocado detrás de una especie de mostrador, atrás el tapiz en la pared dando la impresión de que habían colocado ahí toda una biblioteca. 

El evento estaba siendo filmado. Lo interesante de inicio fue que los invitados nos llevaron por las ramas, no tanto José Antonio, pero en general lo hicieron bastante los otros dos. La partipación de Careaga fue una especie de ejercicio de publicidad de su carrera y su trabajo, lo cual me pareció desatinado. Gerardo Guerra le siguió la corriente, se hicieron un poco de propaganda. Hilando fino, de las intervenciones de Careaga se podía llegar a extraer ciertas visiones acerca de la mentalidad de los periodistas y los dueños de la televisión: que resulta difícil poner al aire un programa que trate de cultura, que se pelea contra mucha adversidad, incertidumbre, desánimo de los productores, escepticismo de los patrocinadores... La suerte de Careaga, también su mérito, es que ya se había granjeado la confianza de los directivos conduciendo un programa de rock, que fue el que le abrió las puertas para que escucharan su pedido de un nuevo programa cultural para y con jóvenes. 

Después intervino José Antonio Prado, quien, según me comentaron, es el impulsor del movimiento Jigote, que el año pasado a estas alturas más o menos se hizo escuchar bastante por los medios. No llegó a más, tampoco se puede agitar el panal si la cuestión es de unos pocos. Lo cierto es que su participación me pareció la más interesante, aunque muy afincada en una sola posición. El problema de Prado consistía en que, en Bolivia, los canales locales no respetan los horarios de protección del menor. Nos comentó que la decisión familiar en su hogar había determinado que no tuvieran televisión, y que estuvieran así desde hace ya dos años. Prefirieron distraerse de otros modos, y cultivarse apelando a otros canales, decisión que no deja de ser encomiable en estos tiempos. De modo que dijo sentirse algo falto de cercanía para hablar del tema, pero que de todos modos opinaría. Su veredicto fue muy preciso, no tan extrañamente, pues la situación no ha cambiado mucho desde hace dos años. Hizo notar que la gente que pone sus programas en televisión no es la que mejores contenidos ofrece como proyectos, sino más bien la que es buena para hacer plata. Estamos seguros de que el programa Red Social, por ejemplo, representa una muy buena entrada de ingresos, pero apenas sí tiene algo de edificante y de peso. El concepto de entretenimiento que maneja es bastante rudimentario, como si se dirigiera a un público algo retardado, y ese tipo de programas caen de los árboles. Prado no habló de esto. Se enfrascó en la cuestión del tipo de televisión que se hace en Bolivia, de los noticieros irresponsables, la idiotez de ciertos directores ejecutivos que no accedieron a controlar mejor sus contenidos en horarios del menor, pues consideraban que atentaban contra su libertad de expresión al pedirles que efectúen un control. Todos sabemos que redes como Unitel viven del amarillismo, que se especializan en alimentar el morbo de un segmento de telespectadores, en plena hora de almuerzo, mostrando  imágenes inquietantes, desde accidentados, asaltos, prostíbulos, detenciones, actos violentos, cuerpos cadavéricos, heridos, víctimas de atentados, animales muertos, etcétera. La noticia es aquello que se tiñe más de sangre y de un espanto de otro tipo, no existe mucha empatía con el desafortunado o desafortunada, que aparece expuesto en televisión de tal manera, sin mucha opción para cambiar esa situación. 

Gerardo Guerra, dueño de la distribuidora Londra Filmes, se refirió a la limitada apertura que recibe el cine no comercial en la televisión y los cines. No quiso culpar a los programadores de cines como el Center porque dice que en realidad, cuando se proyectó cine independiente en esas instalaciones, la gente no asistió, lo que terminó por cerrarles las puertas con ellos. ¿Pero qué esperaban? Guerra lanzaba su quejido confesando: "yo quisiera poder averiguar qué es lo que quiere ver la gente, para que les pongamos eso". Trabajando en la distribución de un canal alternativo de películas, que valora otro tipo de criterios respecto de su calidad, alejado del glamour hollywoodense, lo que les queda es resistir, perseverar, ante la falta de buenos acuerdos que les obliga a marchar siempre a pérdida, según comentan. Pero habría que recordarles primero lo siguiente: la gente no sabe lo que quiere, esto lo argumentan muy bien los especialistas en Neuromarketing. Cómo decía Steve Jobs en otro contexto, ¿cómo pueden saber que necesitan algo que no han visto nunca antes? Lo segundo sería hacer notar que el espacio donde se proyectan materiales artísticos, o donde se montan exposiciones, tiene una influencia directa. No puedes esperar que un espacio conformado para el gozo burdo del fast thinking sea de repente el escenario idóneo para que la gente quiera consumir películas y documentales del cine independiente, por más que se encuentren en cartelera en las grandes instalaciones de un megacine, un multicenter o multicine. En otras palabras, no esperes que el público que ese espacio ha educado durante casi diez años, se muestre así nomas abierto a experimentar con otro tipo de cine. ¿Tendrán algo que ver los altos precios de las entradas? Es decir, si vas a ir al cine, y vas a pagar Bs 40, prefieres ver algo que tenga la acción que viene atada con los buenos efectos, y así vale la pena pagar ese precio. Lo que sea más raro, contenido que invita a la reflexión, tramas muy elaboradas, eso lo puedes ver en la comodidad de tu casa consiguiendo el DVD pirata. Es posible que esta sea la forma de argumentar sus preferencias para muchos, mientras que para otros simplemente no quieren saber nada de películas raras no tienen el tiempo para verlo. 

Después de una breve ronda de preguntas de los asistentes los invitados volvieron a tocar el tema con más brío. En realidad se habló del poco apoyo que existe para financiar programas con contenidos de cultura. José Antonio Prado hablaba de culturas como forma de convivencia, y Careaga afirmaba que sus emprendimientos proponían una cultura de paz. El pequeño debate que se dio entre ellos fue acerca de ver o dejar de ver la televisión boliviana, dado el nivel en el que se encuentran la gran mayoría de sus programas en horas que los menores están prendidos a la pantalla. No a los extremos dijo Guerra, ni ponerlos en una burbuja, ni exponerlos a todo -decía con aire teórico. Prado les hizo notar con una sonrisa que él era el único padre entre ellos, lo cual ocasionó una risa descontraída en el ambiente. Lo que yo me preguntaba era, ¿cómo hace para censurar dentro de su casa otro tipo de contactos con el afuera?, como por ejemplo la masa de información que nos llega a través del internet, al que nuestros hijos también están expuestos. ¿Acaso revisando las configuraciones de cortafuegos? Y más allá de los niños, como un asunto de formación, el bajo nivel de la gran mayoría de programas que se ofertan en la televisión nacional es un golpe a la formación de la ciudadanía en general, pues aquí se asume que por el hecho de tener más de 18 años ya serás una persona con cierto criterio formado, y no es así, existe mucha dejadez a nivel mental, insuficiencia a nivel formativo, en gentes de todas las edades. 

Al final lo que quedó evidente es que ninguno de ellos iba especialmente preparado para hablar del tema concreto: "Cultura en la TV". Hablaron de los contenidos en televisión, y un poco de la limitación de los financiamientos. Pero dado que el conversatorio se hacía en el espacio del mismo ministerio de cultura, debía haberse titulado el encuentro de otra manera, o al menos alguien debería haber planteado la pregunta esencial: ¿Por qué, si vivimos una revolución democrático-cultural en este país, existe tan poco apoyo financiero para iniciativas de cultura en televisión? ¿Y qué pasa con la ley de mecenazgos, para incentivar la inversión privada en el ámbito de la cultura? De esos dos temas no tocaron ni papa. Sólo al final algunos de los asistentes con los que compartimos el brindis me dijeron que ese era el problema, que en realidad vivíamos una revolución cultural muy parecida a la del comunismo en China, que entiende su revolución como censura o represión de lo que es efectivamente cultura. Gerardo Guerra, que ha tenido iniciativas en el pasado recolectando firmas para que los canales den más espacio a la cultura, me comentó que la ley de mecenazgo se congeló porque grupos diversos de artistas complejizaron tanto el tema que el Ministerio de Culturas no tuvo ninguna pena en olvidar el asunto y dejar las cosas como están. 

Terminamos por acá la primera entrega de esta especie de crónica de la feria, todavía una crónica un poco metálica, tal vez carente de la verdadera sustancia de los sucesos, algo desprolija, limitaciones propias de la percepción y la escritura del que la comparte con ustedes. Pero será al menos un pequeño documento en el que encontrarán datos que no tienen cabida en el reducido espacio de periódicos como El Deber o El Día, y que se perderán en la espesura del tiempo conforme avancen las semanas. Queda aquí a su consideración. 


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