Por: Jorge
Luna Ortuño*
Hace poco leí un sugerente tweet, con motivo del día del periodista, donde se saludaba con ánimo fraterno tanto a periodistas de medios “paraestatales” como a los que llamaba “paraopositores”. ¿Una definición de estos últimos?: los que, llamándose independientes y/o privados, supeditan su línea editorial a fuerzas ideológicas de oposición.
La terminología aludía al libro
Control remoto, de Raúl Peñaranda, que ya va por la cuarta edición, pero
que ha originado más maleza que claridad a su alrededor. ¿Quién auspicia ahora a quién?, esta parece
ser su pregunta rectora. Pero pasa de un tranco a las afirmaciones y denuncias.
Dado que ofrece escazas fuentes con nombres, uno siente la tentación de pensar
que es un libro que sólo se podía haber confeccionado en La Paz, concretamente
en el café alexander de Sopocachi, espacio donde circulan periódicamente un
montón de personajes de los medios y la política; sentados con un café cortado
a la mano y expresión algo inquieta, todos ellos miran de reojo a diestra y
siniestra, ¿qué conocido está con quién?, ¿qué pasa?, ¿qué se dice?… ¿quién se
tiró un pedo?, ¿cuál es el nuevo rumor?… ¿y el chisme de la semana?… No existe
un espacio idéntico ni en Cochabamba ni en Santa Cruz, es un fenómeno interesante, un lugar de
cotilleo que también alimenta a la prensa.
La
puesta en escena
En el citado libro el autor no acaba efectuando un trabajo de periodista, realiza más una labor de intelectual que busca intervenir con una postura en su entorno. Tampoco es verdaderamente un trabajo de investigación, es más una aproximación al género de ensayo, con pasajes de crónica y relato autobiográfico. Podrá resultar arbitrario para algunos categorizarlo en tal modo, pero es bueno recordar que al final del día es siempre cada lector quien define al texto. El ensayista argentino Alberto Manguel lo pone así: “desde el momento en que se inventó la escritura, el lector es el protagonista principal. Y el lector sigue decidiendo qué es un texto: el autor no puede hacer nada más que resignarse”. [1] Empero, entiéndase ésta resignación como gozosa, puesto que el que escribe un libro entrega sus dones al mundo, no con deseo de reclamar algo para sí, antes bien con la satisfacción de haber hecho una modesta devolución a la morada que lo cobija.
En el citado libro el autor no acaba efectuando un trabajo de periodista, realiza más una labor de intelectual que busca intervenir con una postura en su entorno. Tampoco es verdaderamente un trabajo de investigación, es más una aproximación al género de ensayo, con pasajes de crónica y relato autobiográfico. Podrá resultar arbitrario para algunos categorizarlo en tal modo, pero es bueno recordar que al final del día es siempre cada lector quien define al texto. El ensayista argentino Alberto Manguel lo pone así: “desde el momento en que se inventó la escritura, el lector es el protagonista principal. Y el lector sigue decidiendo qué es un texto: el autor no puede hacer nada más que resignarse”. [1] Empero, entiéndase ésta resignación como gozosa, puesto que el que escribe un libro entrega sus dones al mundo, no con deseo de reclamar algo para sí, antes bien con la satisfacción de haber hecho una modesta devolución a la morada que lo cobija.
Sucede sin embargo que el caso
de Control remoto no es tan así. Por
el contexto mediático, el reciente pasado de su autor, el tono en que fue presentado, y
la escasa presencia del don de la pregunta en sus páginas, fue natural que se
produjera una recepción bulliciosa pero poco comprensiva y equilibrada de su
valor. La posición del gobierno consistió en girar su ofensiva contra el sujeto
del enunciado, como diciendo “no importa mucho lo que dice sino ¿quién lo
escribe y qué móviles tiene?” La cuestión devino política en su sentido
peregrino, pues se redujo a una
discusión sobre vínculos y pasados. El autor podría haber aclarado, al mejor
estilo de El Padrino, que “no era
nada personal, sólo negocios…”, pero en realidad todo fue muy personal, y
cuando se puso a señalar con el dedo a los amigos de la Vicepresidencia aceptó
exponerse para dar y recibir.
Probablemente el mismo
gobierno se haya decepcionado con el tratamiento tan endeble que se le da al
tema en el libro (no importa cuántos cuadros incluya), de modo que no pareció
preocuparle mucho, se limitó a definir el tema principal de discusión al
respecto: la doble nacionalidad de Peñaranda. Se trataba de una descalificación
idiota, pero lanzada con esa torpeza de manera premeditada. Mientras Peñaranda
pretendía “desenmascarar” a algunos medios privados, la Ministra de
Comunicación hablaba como si hubieran “desenmascarado” finalmente al autor del
libro y la cosa debía zanjarse con ello. Aquella discusión sobre disfraces nos
recordaba al Joker de Christopher Nolan forzando a Batman a que revele su
verdadera identidad… Lo concreto es que surgieron encendidas defensas a favor
del autor del libro, constituido en víctima de un atropello antipopular. Podrán
haberse vendido muchos libros como producto de la indignación que despertaron las
declaraciones oficialistas, pero lo que hizo el gobierno fue estratégico,
reguló las energías de sectores adversos hacia un tema de completa irrelevancia,
donde se diluyó el efecto de novedad del tema que proponía.
Claro que mientras existan
lectores que sepan prolongar los temas cruciales que nos provoca a pensar un
libro, todo estará bien. La gran pena es que Control remoto, como muchos best
sellers, no se sostiene por sí solo. Se nos antoja una oportunidad
desperdiciada de hacer una crítica contundente. Hay varias razones para señalar
la debilidad del libro. Primero, revisando los anexos, llama la atención que Peñaranda
se valga de cartas enviadas con cuestionarios en febrero de este año a la directora
de La Razón, al Vice, a la ministra Dávila, y que publique el libro ya en los
primeros días de abril, ni dos meses después. Y es hasta cómico que le adelante
en su carta a la directora Benavente que ya llegó a la conclusión de que su
medio es controlado por la Vicepresidencia del Estado, para luego preguntarle
si esto es así.
Por otra parte, se esfuerza
en demostrar que existen vínculos entre ciertos medios privados y la
Vicepresidencia, intenta por al menos tres frentes, pero al final depende mucho
de sus mismas impresiones subjetivas para llegar a “conclusiones”. Así por
ejemplo, cuando analiza titulares de medios de prensa comenta que el titular
“Operativo no consigue despejar ruta a Copacabana” se consideró como el único
que publicó La Razón en abril del 2013 en contra de intereses del oficialismo[2].
(p. 56). ¿Así de reductiva es su apreciación? Y en cuanto a sus análisis de
contenido indica: “el eje del estudio se basó en tratar de identificar si la
línea editorial de los periódicos puede ser considerada ´pro´ o ´anti´ gobierno
y cuántas veces incorpora enfoques ´neutrales´”. (p. 57). Véase que manejó la
cuestión como si la división habría que trazarla entre los medios que están “a
favor” y los que están “en contra”. ¿A esas formas se reducen las posibilidades
del periodismo? ¿Y acaso ser independiente consiste en armar tapas con
titulares en contra del gobierno? ¿Ser independiente es ser “anti” – gobierno? Resulta
después que la noción que tiene de “ser crítico” se limita al ejercicio de
decir algo “en contra” del gobierno. Esa es una noción pobre de lo que es la
crítica (concepto acuñado por Kant, reformulado por Nietzsche), malentendida
por casi todo el gremio, que tiende a reivindicar al periodista como juez de
los acontecimientos, papel que le sirve para aquilatar su peso político.
Un detalle más, en varios
pasajes da por sentado que decir “medios opositores” es lo mismo que decir “medios
independientes”, como si uno implicara lo otro. ¡Vaya tomada de pelo! Vendría
bien recordar que los medios independientes son considerados como tales porque
pueden elegir su manera de posicionarse frente a una coyuntura y decidir con
qué línea política tienen más afinidades (invariablemente será con algún bando
aunque hablen de neutralidad). Y si le concediéramos al autor que tiene algo de
seriedad su clasificación de titulares y contenidos, habría igualmente que hacer
notar: haber evidenciado que existen medios privados con inclinaciones
“progubernamentales”, cosa que nos damos cuenta todos, no es lo mismo que
demostrar que esos medios son “paraestatales”.
Epílogo
Podemos ensayar algunas
conclusiones de la lectura de Control remoto.
Primero que la elección de su título fue apropiada para el tema, porque remite
a una comodidad de mando a distancia. También porque va en consonancia con las
sociedades de control en las que vivimos (satélites, pinchado de llamadas,
cámaras de vigilancia, escaneos por internet). Lo primero que nos hace pensar
sin embargo es en el control de la TV. Y en ese sentido no hay que olvidar el
potencial liberador que tiene el mismo control a través del zapping que nos
permite hacer. Con la televisión por cable ya no estamos encadenados a ningún
canal local como en otros tiempos. Estamos de acuerdo con el autor cuando
señala que el peligro de que el Estado pueda controlar la mayoría de los medios
radica en “la coordinación de lo que se dice y, más importante, sobre lo que no
se habla”[3].
Como lo ha dicho William Burroughs en su delirante novela Nova express, el poder lucha por tomar el cuarto gris donde se
proyecta la película realidad, y acá no
pasa nada diferente. Pero el autor no valora cuánta información tenemos al
alcance, principalmente en las ciudades, que no depende exclusivamente de los
medios de comunicación tradicionales. Por ello, una manera que tenemos de
evitar esa contaminación es el zapping con el control, también el internet, y
educarnos así como contraopinadores.
Para ello poner primero en
perspectiva lo que informan medios nacionales. Acceder a sitios de periódicos
del mundo, vendrá bien manejar más de un idioma, y navegar aleatoriamente.
Mover el dial en busca de una comprensión más panorámica, no encariñarse con
ninguna radio. Ser muy ligeros para moverse por la televisión, exponerse por
tiempos limitados a su avalancha ideológica de la tragedia en noticieros. Enterarse de lo que se hace en periodismo
ciudadano y cyberactivismo. Es bueno también revisar de vez en cuando noticias
viejas, lo que se ha dejado de tratar, ¿qué se decía sobre tal tema?, para
combatir la frivolidad de la primicia siempre en boga. Además, para cultivar el
pensamiento, leer libros y revistas que sirvan para alimentar una visión cuestionadora
de la realidad, siendo la filosofía todavía el combo multivitamínico en este
departamento. Ante el exceso de información politizada, inmunizarnos con mayor
participación en espacios de formación, presenciales y virtuales, donde se
estimule la existencia de seres libres, que no confundan los fines de la
cultura con los fines del Estado. Al final no se descubre nada, estimular la
buena formación del lector siempre será vacuna suficiente.
* Gestor cultural y
docente.
[1] Revista
Ñ número 553 (Clarín). “Entrevista a Alberto Manguel”
[2]
Utiliza aquí estudios de universitarios que compararon La Razón y Página Siete.
El ejercicio odioso que realiza en su libro consiste en descalificar a La Razón
y luego pasar a destacar trabajo del diario en que él mismo hacía de director,
justo en el mes que se toma como muestra, realzando su faena “variado,
equilibrado, y rico”.
[3] Ibid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario