Manifiesto
Me
he propuesto escribir un manuscrito de sesenta y cuatro páginas. Un amigo ya experto en estas lides me ha dado una cifra de referencia: 150000 caracteres con espacios.
Es interesante que se considere que en medio de tantos caracteres juntos pueda
haber algo que llamemos literatura, filosofía, poesía, etc. En cierto modo
quiero seguir el ejemplo de Ricardo Pérez Alcalá, según la mirada de mi amigo
Justo, que no se ha preocupado por atenerse al mismo formato ni soporte para
dar vida al conjunto de su obra.
Mi
contrato con la Fundación Visión Cultural termina en unos días y siento un poco
como si la vida estuviera agotada por estas pampas, al menos para mí. Una buena
porción de lo que tengo de más querido en la vida no está conmigo, aunque esto
se compensa por la dicha que tengo de estar en este momento visitando a mis
padres en su casa. No puede uno vivir de compensaciones ni de postergaciones.
La vida es muy corta como para avanzarla a trancos largos. Todo al final se
convierte en un asunto de percepción. Me encuentro con unas líneas de un amigo
curador que me confiesa su hastío actual con el mundo del arte. Y mi amigo
Tomás de Buenos Aires me contó que después de ciento sesenta columnas
publicadas en un diario, y más de seiscientas en su blog, está podrido de
escribir sobre política. Sin embargo él tiene tan claro el diagrama de su vida
que su trabajo no contempla la noción de jubilación. ¿A dónde voy? Mi intención es
contrastar la cuestión del trabajo como empleo, o medio de subsistencia
material, frente a la noción de trabajo como proyecto vital, algo a lo que uno
tiende en todo lo que hace, durante toda su vida. Curiosamente, tengo la
sensación de que es más probable que alguien del mundo del arte, de la
literatura o la filosofía comprenda mejor esta segunda visión del trabajo. Es
más probable que esten familiarizados con la noción de “obra”, una obra que se
arma a lo largo de una vida. Sospecho también que Ricardo Pérez Alcalá, por
ejemplo, el notable acuarelista, escenógrafo, arquitecto boliviano, ha llevado
su vida conforme a los principios que le ha delimitado su propio proyecto
vital. En el fondo toda su obra está amarrada por hilos invisibles que hablan
de lo mismo, indiferentes a las variaciones de soportes o medios de expresión,
y eso, eso mis amigos, es una enorme ventaja.
Las líneas de la vida
(siguiendo la visión de Scott Fitzgerald)
La
vida se mueve en varias líneas, no es algo muy fácil de explicar. En un par de ocasiones
lo conversé con Susy, también con mis papás, y me pareció que les costaba mucho
comprender de lo que estaba hablando. Me tocó experimentar la sensación también
con más de una mujer con la que enamoré. Necesito escribir sobre ello para
explicármelo a mí mismo.
Por
contraste con la visión dominante de trabajar (solamente) para pagar cuentas,
de trabajar en función del progreso, de prosperar, asentarse, tener bienes,
etc., puedo intentar una definición de lo que considero “un proyecto de vida”. Todos
lo que se consigue y se logra con un empleo no sería más que la punta del
iceberg, la parte más visible o formalmente visible de una vida. Considero que
la superación de la posibilidad de edificar la vida en los términos de uno
mismo no es posible dentro de la maquinaria de la sociedad. De distintas
maneras todos estamos insertados a ella. La recorremos en alguna línea, o estamos
parados transitoriamente en alguna de ellas. Hay una manera en la que cada
línea nos subjetiva, nos hace sujetos, a distintos niveles que configuran
nuestra identidad: hombre-esposo-padre-licenciado-mestizo-boliviano-católico-kolla-blanco….
Cadenas discursivas que otorgan sentido a la identidad. Esto lo estudia de una
manera muy provocativa el filósofo argentino Ernesto Laclau. Podríamos entender
esta cadena que nos delimita como si fueran unos cortes que efectúan las
máquinas duales: hombre-mujer, blanco-negro, etc. Primera cuestión, el proyecto
vital se da en aquello que es lo imperceptible, es decir, en aquello que escapa
a las máquinas dualistas; es algo completamente contracultural. En una revista
de El gráfico, Jorge Valdano habla de Riquelme como un jugador contracultural
porque es pensador, pausado, apático, paciente. En la cultura de la ansiedad la
paciencia y la impasibilidad son valores contraculturales. Lo contracultural es
lo que pasa por debajo, línea subterránea. En ella puedo verme y sentirme a mí
mismo como devenir, algo que me está pasando, que está pasándome hace bastante
tiempo. Filósofo, amante, vitalista, lector empedernido, escritor, artista
marcial, hombre apasionado por el fútbol, ciudadano del mundo, de corazón
brasilero y sangre mexicana, aunque residente el mayor tiempo en el altiplano, más
atraído a la visión del sur del país… ¿Y qué decir de mi condición de padre?
Padre a la distancia. Es raro ser padre sin ser esposo, pero tiene grandes
ventajas. Mi hijo es una punta vital en mí diagrama de vida. la cuestión de ser
padre es una faceta en construcción…
Tener
un proyecto vital, y tenerlo presente siempre, es vivir considerando la figura
grande de la vida, haciendo énfasis en lo importante y no siendo arrastrado por
lo urgente hacia donde no queremos ser arrastrados.
Ir
al máximo de lo que se puede ir. Extender completamente tu alcance, tu rango de
posibilidades. Hacer menos de lo que se puede hacer es un gran daño a uno
mismo. Tener un proyecto de vida es tender a perseverar en el ser. Es lo
natural. Es lo verdaderamente natural. Ser como un árbol que crece todo lo que
puede, y a no ser que tenga un encuentro inconveniente con el exterior (que lo
destruya un rayo por ejemplo), el árbol siempre crece en todo lo que puede. De
lo que se trata es de no resignar la máxima posibilidad de superación que uno
tiene.
“Si
ustedes no aceptan estas condiciones ¿qué me queda por hacer? Mi proyecto, al
que tiendo como a mi vida, mi vida espiritual, no como mi vida llana sino, esto
es lo maravilloso, mi vida mental, ese proyecto al que tiendo, me vería
forzado, evidentemente, a renunciar a él”. (Deleuze)
Osho
dice que la vida transcurre en dos líneas: la horizontal y la vertical. La
línea vertical nos habla prácticamente de todo lo contracultural. En la
vertical se encuentra el hombre del zen, el hombre del Tao, lo imperceptible.
No se trata de progreso, no es esa la manera de avanzar; se trata de
involucionar, hacerse más simple, sobrio y económico. Aprender a amar. Dejar de
lado el yo y el amor. Ser feliz con tan pocas cosas, bastarse uno mismo. La
eficiencia deja de ser algo importante y lo inútil recupera su sentido de
importancia y necesidad.
Vivir
la vida en varias líneas, esto es algo que no muchos logran en el transcurso de
sus existencias. Una oficinista que llena papeles de trámite le preguntó en una
ocasión al periodista argentino Rodolfo Walsh a qué se dedicaba. Walsh respondió:
“escritor, periodista, militante político, todo eso a la vez”. La oficinista
necesitaba sólo una cosa que lo defina por su actividad, sólo había una línea
pensada para esa respuesta. Se cuenta que Walsh soñó con vivir tres vidas
paralelas: una dedicada a la política, otra a la escritura, y otra a los
afectos. Algunos lo entienden como un intento por tener tres vidas. ¿Una
especie de esquizofrenia? Así les pasa a los descodificados. Nosotros diríamos
mejor que se trataba de vivir la vida en tres líneas o más. Las líneas están
enmarañadas, son inmanentes entre sí, movimientos en una provocan efectos en la
otra. Lo interesante no está en constatar que Walsh las haya vivido
simultáneamente, sino en darse cuenta de que cada línea está siempre implicada
dentro la otra. Periodismo, novela o crónica, y militancia política, todas eran
aristas de un mismo diagrama de trabajo, el diagrama-Walsh, y se ordenaban a
partir de la actividad de la escritura. Si aprendemos a pensar así ya no es
necesario preguntarse cuál va primero, ni priorizar la figura del escritor en
desmedro de la del militante político, o de resaltar su faceta política y poner
en segundo plano su actividad artística. Tal como en el caso de Marcelo
Quiroga, no existe realmente una división entre la faceta política y la
literaria. Marcelo quiso servirse de la literatura para construir su máquina de
guerra, lo logró a medias y su obra quedó mucho menos desarrollada (de su
segunda novela Otra vez marzo sólo
alcanzó a redactar uno de los tres capítulos que tenía pensados); fue Walsh sin
embargo, entre los dos, el que realmente pudo poner en funcionamiento esta
máquina literaria dentro de la política contra las injusticias de la dictadura
en Argentina. En su obra, cuando el lenguaje golpea con la contundencia de un
martillo, esas líneas de vida resaltan como algo imposible de concebirse por
separado, a no ser que sea para realizar ciertas puntualizaciones.
Rodolfo
Walsh y Marcelo Quiroga tenían proyectos vitales. Habían consagrado su vida a
un compromiso que iba más allá del trabajo circunstancial que estaban
desempeñando, más allá de la necesidad de generar ingresos para sustentar sus
vidas. Uno logra mantenerse, pero no es para eso para lo que se vive. Consigues
el alimento para cada día con lo que ganas, pero lo que importa es: qué haces
cada día con ese alimento que ingieres. ¿Qué haces con lo que comes? ¿Qué es lo
que puede tu cuerpo después de haberse compuesto con tal o cual alimento? Zorba
dice que algunos lo transforman en trabajo, otros en risa y buen humor, otros
incluso lo transforman en Dios, y los más no pasan de convertirlo en
excremento. ¡Qué desperdicio cuando un día te toca comer un gran banquete de
carnes, salsas y vinos, pero luego no produces nada diferente a lo de todos los
días!
En
el caso de los superhéroes se da la posibilidad ideal de pensar desde otros
ángulos la cuestión de las vidas paralelas. El Batman de Christopher Nolan nos
parece un caso ejemplar. Deleuze dice en Diálogos:
“Un oficio, por ejemplo profesor, juez, abogado, contable, criada, es un
segmento duro, pero también es muchas cosas más: ¿cuántas conexiones,
atracciones y repulsiones se producen en él que no coinciden con los
segmentos?, ¿cuántas locuras secretas y a pesar de todo en relación con los
poderes políticos?” (p. 142). No interesa tanto el oficio, la profesión o la
actividad diaria, todo el mundo puede hacerse sus líneas subterráneas de vida,
cada uno puede descubrir que hay más por debajo de la dureza de las
segmentariedades, con sus formas y sus sujetos; cada uno puede aspirar hacia un
proyecto vital, lo mismo una mesera que un empresario o un carpintero. Lo que
si nos parece es que hay espacios desde los cuales es más complicado llegar a
comprenderlo, a tener la posibilidad de pensar algo así; es como si el camino
se hiciera más pendiente para otros, para los que viven según una visión más
tecnocrática. Hay ciertas actividades vitales que favorecen mejor esta
comprensión de lo que es un proyecto de vida. Se ve mucho entre algunos
escritores, casi todos nuestros favoritos, quizás también en varios cineastas,
en artistas, filósofos, y tal vez hasta en algunos hombres de ciencia, que
parecen ser bastante más propensos o proclives a desarrollar esta noción.
Spinoza rechazó una invitación para enseñar en Heidelberg porque sabía que de
hacerlo “no hubiese tenido tiempo de hacer avanzar la filosofía”. Es el gesto
de un hombre comprendiendo cuál es su verdadero deseo, cuál es su proyecto
vital. No ha reprimido sus deseos con la esperanza de que esto lo conduzca a
una vida mejor, sino que ha preferido desear lo que le hace bien, pues esta es
la mejor manera de vivir. Spinoza tuvo que pasar por una ex-comunión y una
ruptura familiar, lo que lo llevó a vivir en gran medida de manera solitaria y
sencilla. Sabía que para desarrollar su pensamiento necesitaba de la libertad
que procura el no haberse casado con ninguno de los poderes. Rechazó así varias
ofertas de pensiones de la Sinagoga por ejemplo.
En
última instancia qué es esto del proyecto vital, que se construye a lo largo de
una vida, si no es el alma misma. Es algo que se forma paralelamente a lo que
vas haciendo con tu cuerpo, según lo que haces de lo que puedes. Siempre he
pensado que nadie viene al mundo con un alma, que el alma no es algo que ya
este dado, que preexista a la vida. Es algo que uno tiene la posibilidad de
hacerse mientras vive. En cierta manera tiene que ver con dejar un legado; hay
que abrir boquetes para que el pensamiento siga fluyendo ahí dónde una idea
triste o reactiva ha taponado su circulación. ¿Qué es lo que pasa cuando se
intuye una idea alegre pero que parece imposible de ser pensada? Deleuze dice
que “cuando se ve en eso algo que atraviesa la vida pero repugna al
pensamiento, entonces hay que forzar al pensamiento a pensarlo, convertirlo en
el punto de alucinación del pensamiento, una experimentación que lo violenta”
(D. p. 65) Dejar constancia de una forma de pensar que puede abrir la
posibilidad de pensar más alegremente, más vitalmente, es un buen legado. No
interesa que sea dejado bajo nuestra firma. En cambio qué alegría sería saber
después que funcionó y que es usado.
No
tengo una noción exacta de cuándo llegué a comprender qué es un proyecto vital.
Más aún, no se con precisión cuándo quise hacerme uno, cuándo inicié la idea de
tener algo en lo que perseverar. Tiene mucho que ver con continua sombra de la
muerte como parte de nuestra condición de humanos. Pensar en la muerte lleva a
preguntarte ¿de qué sirve todo lo que hacemos si de todos modos vamos a irnos
de este mundo? La acumulación es vana. Un trabajo de ocho horas que te sirve
para vivir al día le deja una tremenda sensación de vacío a tu vida. ¿Qué
haces? ¿Qué es lo que dejas? En última instancia la mejor respuesta que
encontré en mi vida para contrariar a la muerte es la creación. Esto es lo
único que puede vencer a la muerte. Un proyecto vital es la planificación de tu
creación personal. Lo que creas pervive, y tú pervives en esencia en ello.
Podríamos explayarnos un poco sobre esto a partir de la vida de Gandhi. El
problema de Gandhi era lograr la independencia de la India, y dejó un legado.
Lo veremos en la próxima entrega.
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