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lunes, 13 de febrero de 2012

PRIMER PREMIO DEL CONCURSO DE ENSAYO BREVE DE LA REVISTA PULSO


ENTRE THOREAU Y EL “PRINCIPIO DE LA ECONOMÍA”: 
UNA INSÓLITA FILOSOFÍA DE VIDA



Jorge Luna Ortuño
(Abril 2008)



El principio de economía, también conocido como el principio de la mínima acción, reza así: “la naturaleza obra siempre empleando el menor esfuerzo o energía posibles para conseguir un fin dado”. Claro que en la época que vivimos, desbordada de superficialidad y derroche, no nos permite ver esta verdad fácilmente, y mucho menos, aplicarla. Pero recuperar este principio para la vida cotidiana nos permitiría al menos dejar de ser unos amateurs, y convertirnos en profesionales de la vida [1]. Tendríamos vidas de otra cualidad, pues sin dejar de ser formas de vida productivas, dejarían también un espacio abierto para cultivar aquello que es más importante: lo inútil o improductivo. En realidad la idea es muy simple, comer cuando se tiene que comer, trabajar cuando es su momento, dormir, hacer la siesta, hacer el amor, cantar o mover los intestinos, con el agregado de que todo ello sea a su tiempo. ¿Y cómo saberlo? Tiene su dificultad, porque uno de los males de nuestra era ha sido el de producir hombres con la capacidad de llevar adelante las tareas más complejas, olvidando la tarea de perfeccionar las actividades más sencillas. Neil Armstrong, el primer hombre que llegó a la Luna, murió ayer sábado 25 de agosto; aquel viaje del Apolo llevó al hombre a la Luna, ahora la urgencia es otra: traer de vuelta un poco de humanidad a la Tierra. 


Se verá que en casi todas las áreas el principio de economía ha sido extrañamente olvidado, no por los economistas desde luego, sino por las gentes en sus modos de vivir,  dejando una interrogación: ¿Por qué un principio que es tan básico puede haber sido dejado tan de lado en las sociedades contemporáneas? Incluso dentro de la literatura filosófica ha caído en desuso el tema de la economía de pensamiento, introducido por Mach y Avenarius [2], que también puede entenderse como la ley del mínimo esfuerzo en las operaciones mentales. Avenarius lo llamó: “el principio del mínimo gasto de energía”, y Bertrand Russell lo denominó: “economía en la lógica del pensar”. En general, este tema circula siempre en torno a una de las preocupaciones fundamentales de la ciencia de la economía: “la de reducir los gastos innecesarios y aumentar los beneficios”. Aplicado al día a día, este principio podría generar toda una filosofía pragmática, no solo en torno a los pensamientos, también en torno a las emociones (Daniel Coleman habla de una economía emocional), el uso de las palabras y a cualquier actividad en general. Acaso ¿escribir con economía?  


El gran problema reside en el hecho de que vivimos en sociedades empapadas por una imperiosa mentalidad de consumo, todo el modelo económico liberal funciona en base al consumo. Basta con ver que para medir el índice de bienestar de una población (PIB), la principal variable a considerar es el consumo. Y es sabido que estamos viviendo una explosión comercial que ha hecho de todo lo existente un producto de venta, generando un crecimiento descontrolado de productos y servicios que no necesitamos, pero que nos ofrecen masivamente. Lo enfermizo del asunto es que el fin ya no está solamente en comprar lo necesario, sino en el acto mismo del consumo, pues este acto es el que pone en el mapa al ciudadano, y en el límite, el que lo hace sentirse vivo.


Afirmar que el crecimiento económico de nuestras sociedades ha ido en detrimento de la vida de sus habitantes no sería tan paradójico si consideramos que, a partir de los modelos económicos vigentes, que generan su rotación y retroalimentación gracias a políticas de gobierno que incentivan al consumo, no sólo se ha provocado un mayor movimiento de capitales, sino también un nuevo tipo de ser humano con una mente- enfermiza-compulsiva de consumo, lo cual ya no es nada económico [3]. Y no se trata solamente de vivir de ese modo y luego pensar cosas buenas, o sencillas porque nadie puede ser esencialmente diferente de sus prácticas, nadie puede pensar más allá del horizonte que le provee su estilo de vida. Por eso decimos que, a favor del crecimiento económico, no solo se ha desestabilizado el ecosistema, sino que se ha contaminado la mente humana. Una consecuencia directa de los modos de vida que se practican hoy en día es que resulta casi imposible pensar la sencillez o la simplicidad. La tendencia es cada vez más la de ser atrapados en vidas tan superficiales que hagan difícil comprender una idea tan simple, de modo que practicar la sencillez, la simplicidad o el arte de economizar, es un arte del que se echa mano solo si uno es pobre o si está atravesando una época de austeridad forzada. Luego, la idea dominante de nuestros tiempos es que siempre es necesario tener más, poseer más, consumir más, y adquirir lo último (que es lo mejor), para poder vivir bien.


No ha sido suficiente con instalar miles de negocios multimillonarios en torno a lo necesario. Nuestras economías han tenido que recurrir a la creación de nuevas necesidades (innecesarias), y en esto se han especializado el marketing y las propagandas publicitarias: fabricar necesidades ficticias o innecesarias, generar su demanda para después satisfacerlas, en grandes cantidades por supuesto. Es así, por ejemplo, que ya no solo se vende lo saludable (alimentos nutricionales, agua, libros, remedios, etc.) y lo dañino (cigarrillo, alcohol, drogas adictivas, etc.), sino también aquello que es dañino, pero que se presenta como privado de su “propiedad maligna”, lo que es mucho más sutil. Tal es el caso del café sin cafeína, la crema sin grasa, la cerveza sin alcohol y, por qué no incluir en la lista, al sexo sin sexo (mejor conocido como sexo virtual). He aquí un lema que condensa esta nueva tendencia: “ya no te preocupes por los excesos, consume tranquilo porque ahora ¡todo es saludable!”. La moderación se ha perdido del panorama. El filósofo esloveno Slavoj Zizek ha trabajado bastante este fenómeno en las sociedades contemporáneas, que quieren dar este  mensaje: “beba todo el café que quiera, porque ahora es descafeinado”. Es por si algún ingenuo llega a objetar que el exceso de cualquier sustancia siempre es dañino, como por ejemplo el exceso de chocolate que provoca estreñimiento. Para esto también existe ahora una solución, en el país del consumo por excelencia, (EEUU), han inventado una medicina que viene dentro del mismo producto que genera la anomalía; se trata del “chocolate laxante”, que por su solo nombre nos invita a pensar en el siguiente eslogan: “¿te provocan estreñimiento los chocolates?, no te preocupes, ahora puedes comer todos los que quieras porque estos son laxantes”. Muchos pensarán que estas invenciones son una ventaja, pero más allá de que esta serie de productos “light” tengan también propiedades dañinas, el problema mayor es la forma en que condicionan la mentalidad y las formas de vida. Consumo-consumo-consumo…


Quizás pueda sonar extraño en esta época soltar un enunciado de este tipo: “se vive bien no cuando se acumula o consume más, sino cuando se ha aprendido a descartar lo que no es esencial”. Definitivamente no es un enunciado de este tiempo, no es de un tipo cool, pues proviene de la enseñanza de un filósofo naturalista que vivió en la primera mitad del siglo XIX. Su nombre: Henry David Thoreau (1817-1861). Este personaje fue, en el sentido más profundo de la palabra, un verdadero economista, es decir, alguien que tenía la virtud de evitar los gastos innecesarios. Su teoría de lo que constituye la riqueza la condensó en una frase: “la mayor riqueza es la vida”. Habría que recordárselo a los dos tipos de anormalidades que ha producido la maquinaria del capitalismo: “el maniaco depresivo compulsivo consumidor” y “el inconforme robótico trabajador-cólico”; y en general, a todos aquellos que están apilando su dinero en  los bancos mientras se están provocando una úlcera en el estómago.

Thoreau fue la encarnación de una vida llevada con sencillez, aconsejaba en sus charlas a la gente que se librara de la tiranía de las cosas y del dinero. De hecho, él mismo cruzó la vida con un equipaje mínimo, eligió hacerse rico (o lo que se llama independiente-financieramente en nuestros tiempos), haciendo pocas sus necesidades y proveyéndoselas él mismo [4].  Es una filosofía de este tipo la que necesita rescatarse en nuestro tiempo desbordado por las ansias de lucro, una filosofía de la simplicidad, de la economía, de lo inútil, o de lo no-utilitario.  Y no porque sea esta la mejor, sino porque actualmente se hace tanto énfasis en la rentabilidad, el lucro, el sacar ventaja, el lujo, y la ganancia, que se ha hecho imperioso el buscar un equilibro, lo que se puede lograr afectando a las mentes de una fuerza compensatoria.


¿Qué implicaría vivir según esta filosofía? En primera instancia, habría que hacer una reconstrucción de la mente y los organismos. Dado que han sido educados para derrochar energías, hacer gastos innecesarios y fatigarse, la solución debería partir de un desmontaje del organismo; habría que desorganizarlos para hacerlos más fluidos y sencillos, lo que no quiere decir destruir el organismo sino optimizarlo. Esta reorganización no tendería a convertirlos en máquinas más eficientes, o utilitarias, que maximicen la relación tiempo-costo, pues lo inútil es también muy necesario. El tiempo de ocio que los filósofos se han procurado desde la Antigua Grecia no ha sido nunca simplemente un tiempo de siestas, sin embargo tampoco era de puro trabajo; era la distancia necesaria que uno debe tomarse de la vida en su estado bruto, cuando circula  en medio de las banalidades de la sociedad. Reorganizar los organismos sería más bien hacerlos más alegres, simples, económicos y expresivos. Después de todo, ¿qué es lo que impide la libre expresión? No es solo un gobierno, unos padres, una escuela o un policía en la calle los que actúan represivamente, sino principalmente todas aquellas fuerzas internas que actúan antagónicamente en uno mismo, en el propio cuerpo o en el organismo, saboteando la posibilidad de hacernos un nuevo modo de vida. Para el deportista de élite por ejemplo, la perfección en sus movimientos llega cuando aprende a mantener relajados los músculos antagónicos que hacen más lentas y torpes sus acciones. De hecho, la característica sobresaliente del atleta experto es su facilidad de movimientos incluso durante un máximo esfuerzo. Del mismo modo, en todas las áreas de la vida, la pura y libre expresión de uno mismo surge cuando se ha eliminado, deshecho o depurado, todo aquello que es innecesario para conseguir un fin deseado. (Eliminación de todo tipo de tensión interna, ¿será posible?).
Se trata entonces de gastar un mínimo de energía para conseguir aquello que se desea, no por flojera o mediocridad, sino porque se ha alcanzado un grado de maestría en la ejecución de una determinada técnica, de un movimiento, o de una manera de caminar por la vida. Por lo demás, los excesos son gastos innecesarios que provocan fatiga, dispersan la energía y debilitan una acción. Un festejo de Carnaval lleno de derroches nos tira mucho más para atrás de lo que nos libera efectivamente. Franz Fannon escribe en Los condenados de la Tierra que el mismo sistema ha diseñado algunas actividades festivas para que el hombre se descarríe por unos días, y habiendo malgastado su ánima y sus energías, vuelva manso a sus actividades laborales a seguir cumpliendo en la manutención de la estructura económica de su sociedad. Las fuerzas del poder nos regulan según la concepción de que un ser humano con deseos es peligroso, es insaciable, es innovativo, entonces reencauzan el flujo de energía de su deseo hacia una línea de caída que no podrá cristalizar en una revuelta social, ni en unas perturbación creativa, sino en una gran borrachera carnavalera, por ejemplo; todo el trabajo de los poderes consiste en hacer que se desperdicie el deseo, como si su satisfacción en alguna forma representara su aplacamiento temporal. Pero el deseo es lo inmanente a la vida misma, es el arma. Y el principio de economía es como una especie de mira que cualquier arma requiere. ¡No desperdicies tus balas a mansalva en medio de la noche! 


En fin, la idea es que es  preciso hoy reivindicar no solo lo productivo, sino también recuperar las actividades (denominadas) improductivas, como la filosofía. Balancear la vida incluyendo un poco más de actividades sin ganancia monetaria, actividades inútiles o tachadas de “demasiado simples”. Aprender a ser felices con muy pocas cosas, “saber emborracharse con un vaso de agua”, practicar el principio de la economía y vivir la sencillez, por lo menos alguna vez.

“Muchos de los lujos y de las llamadas comodidades de la vida, no solo no son indispensables, sino que son estorbos positivos para la elevación de la humanidad. Nuestra vida se desperdicia en detalles. ¡Sencillez! Que vuestros negocios sean de dos y tres; no ciento o mil. Que vuestras cuentas se puedan escribir en la uña del dedo pulgar…Gracias a la vida simple con pocos incidentes, yo no me he solidificado y cristalizado. Eso produce una singular concentración de fuerza, energía y placer” [5].

Para terminar, no olvidaremos que por alguna extraña costumbre la mayoría de los hombres suelen esperar por alguien viva con la honestidad que ellos idealizan para creer que la honestidad es posible. Seguramente no faltarán los que objetarán las ideas esbozadas en este modesto ensayo: por ejemplo, el hecho de que Thoreau tuvo que irse a vivir al bosque por varias temporadas para hacer posible una vida tan simple; ellos sólo recordarán que murió joven producto de una enfermedad pulmonar que le provocaron sus paseos y viajes a pie por haber preferido no viajar en trenes. Sin embargo no es nuestra intención plantear un nuevo modelo, no es sugerir que todos deberían irse a radicar  a los bosques para vivir bien, o que hay que imitar la idiosincracia de Thoreau para ser feliz, pues quizás este personaje no sea más que la sombra de algo que ya no puede ser en nuestro tiempo. Todo lo que decimos es que para vivir bien, esto es, con la mente tranquila, el cuerpo sano y las cuentas en orden, y si es posible con alguien amado a lado, cada uno tendrá que hallar su punto de equilibrio entre una forma de vida disipada y otra de maestría económica, y para lograr esto, aplicar el principio filosófico de economía resultará muy beneficioso, pues después de todo, si la economía busca esencialmente el equilibrio, aplicar el principio de economía no será otra cosa que  vivir tendiendo al equilibrio.







  

Notas
[1] Oscar Wilde: “la vida es la primera, la más grande de las artes, junto a la cual las demás parecen ser solo una preparación”
[2] Richard Avenarius, La filosofía como el pensar el mundo de acuerdo con el principio de mínimo gasto de energía (1947).
[3] Aplicando la definición de economía en su sentido más genérico, es decir, como una virtud que consiste en evitar gastos innecesarios.
[4] En Walden el alimento le costaba solo 27 centavos de dólar por semana, y se jactaba de que suprimiendo lo superfluo, podría subsistir todo un año con lo que ganaba en seis semanas de trabajo, y esto le parecía una hermosa forma de vivir. Un tiempo mínimo lo dedicaba a ganarse el sustento, y todo el resto lo dedicaba a hacer todo aquello que disfrutaba. El sabía que vivir no era algo automático, había que dedicarse a ello hasta hacerlo un arte (Henry D. Thoreau. Diarios íntimos).

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