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jueves, 2 de febrero de 2012

LO QUE NO SE ATREVIÓ A PREGUNTARLE A AVATAR, DE JAMES CAMERON

Diálogo con Zizek Slavoj y Gilles Deleuze


El laboratorio de James Cameron

La percepción inmediata sobre Avatar (2009), la famosa película de Cameron, es que fuera de los avances que representa en materia de imágenes generadas por computadora, en cuanto a lo argumental es una más de las tantas sopas recalentadas que Hollywood ha producido en los últimos tiempos; verla en el cine es un poco como visitar una de esas posadas españolas en las que te calientan la sopa que tú mismo llevaste. (El extranjero que enamora a la nativa del lugar; el mito del héroe que resulta ser el elegido –Neo, John Connor, Harry…, y ahora Jake Sully). Avatar es un coctel de ideas tomadas de películas de aquí y allá: desde Matrix y ExistenZ de los hermanos Wachowski, pasando por Terminator, Robocop Vanilla Sky, hasta PocahontasDanza con lobos, o El último samurai. De hecho, dado este juego de robos y capturas que Cameron puso en juego para componer su historia, no sorprende que haya surgido un acuso de plagio –en relación a la novela de Poul Anderson, Call Me Joe– que el cineasta dejó sin responder. Sin embargo, hay que hacer notar que Avatar es también un compendio de ideas ya exploradas en la obra de Cameron. Se sabe que el scriptment de la película lo hizo ya en 1994, y que sus proyectos previos fueron el laboratorio de producción. Bien podría considerarse un lejano precursor de Avatar a una de sus primeras grandes películas: The Abyss (1989), traducida como El secreto del abismo. En adelante la idea de encuentros con alienígenas se fue enriqueciendo: con Aliens, pero principalmente con las dos entregas de Terminator: Skynet como la gran red global que controla a las máquinas, y los extraterrestres hombres-máquina que, o bien son presentados como la radical alteridad enemiga, o como salvadores circunstanciales de una raza que no es la suya. Incluso se puede trazar un insólito lazo entre Avatar y su aclamada Titanic (1997) a partir de una pregunta que lanza Zizek Slavoj:

“(En Titanic) ¿Por qué  el barco choca contra el iceberg en el momento en que lo hace? Luego de hacer el amor, ellos suben a la cubierta y ella –que pertenece a una familia rica– le jura a Jake –un chico pobre– que va a vivir con él dejando su círculo social y su riqueza y que no le va a importar ser pobre. Es ahí cuando choca el barco. La verdadera catástrofe es quedarse juntos: sostener la ilusión de que el amor es posible y no defraudarse”[1].

En Avatar la gigante maquinaria de los soldados americanos comienza a destruir el bosque de los Na’vis justo después de que Jake y Neytiri se han confesado el amor y han pasando la noche juntos. Imposibilidad de continuar ese amor declarado que, en cierta manera, es también conflictivo, pues ella es la hija del líder de la comunidad de indígenas, y él es apenas un pinche “dreamwalker” al que le están enseñando a ser menos torpe. ¿Por qué otra vez se elige el momento romántico de la historia como escenario en el que deben irrumpir las malas noticias o la catástrofe?

Los cuerpos teledirigidos
Avatar nos llama la atención, no tanto porque haya renovado la experiencia del cine, como se ha publicitado extendidamente, sino porque, a pesar de tener gran cantidad de incongruencias, invita a repensar desde otros ángulos algunos de los más importantes debates sobre interculturalidad. Veamos; el argumento es flojo ya desde el principio. ¿Para qué existen los cuerpos avatar en la historia? Lo lógico sería pensar que fueron construidos para que los investigadores puedan acercarse a la civilización de los “peligrosos” Na’vis sin poner en riesgo vidas humanas. Es decir, hacen posible un encuentro con “el otro”, lo diferente, pero de lejitos: como si se escarbara con un palo en la basura, a fin de evitar que ellos nos toquen.  A pesar de ciertas valoraciones sobre la cultura del otro, es la hipocresía lo que manda en tales acercamientos. Zizek dice:

El racismo actual es precisamente este racismo de la diferencia cultural. Ya no se dice: “soy más que tú”. Se dice: “Yo quiero mi cultura, tú puedes quedarte con la tuya”. […] Lo que me parece malo de la tolerancia multicultural es su habitual hipocresía, en el sentido que el otro al que toleran es ya otro reducido. Lo otro está bien siempre y cuando se trate solamente de una cuestión de alimento, cultura, danzas. […] Esta noción de tolerancia enmascara efectivamente a su opuesto: la intolerancia[2].

Pandora, el planeta de los Na’vis, es presentado por el Coronel Quaritch como el peor infierno. (“Detrás de esa cerca de defensa cada cosa viviente que se arrastra o vuela quiere matarlos y comer sus ojos como caramelos”). Parker, el despreciable enano jefe de la misión, los tacha de “salvajes que prefieren el barro al progreso”; “patéticos monos azules que les rezan a los árboles”. El interés en lograr un acercamiento con ellos reside en que su aldea está situada sobre el más rico depósito de unobtainium en 200 km a la redonda.

Norm, el avatar-operator, explica que los enormes avatares son “cuerpos teledirigidos a control remoto, creados con ADN humano mezclado con el ADN de los nativos”. Jake puede usar el que estaba hecho para su hermano, puesto que él tiene el mismo génoma. En adelante, su mente pasará de su cuerpo al del avatar tan fácilmente como se cambia el chip de un celular a otro. Pero he aquí lo tonto de la idea: ¿para qué construir cuerpos teledirigibles si el operador no los puede controlar desde una base central a la distancia? ¿Qué sentido tienen si a través de ellos no se puede espiar lo que está haciendo el enemigo en su territorio? Cuando Jake se pierde en el bosque, o cuando despierta y vuelve de su “sueño” –su otra vida–, los científicos no tienen la menor idea de dónde estuvo, qué vio, qué estuvo haciendo, y menos cuál es la localización actual del cuerpo-avatar. En esto Matrix (1999), que juega también con esta idea de vidas en dos planos, es bastante más consistente. Ahí Morfeus y los demás miembros de la resistencia pueden ser prevenidos y vigilados por un operador que sabe qué hacen mientras están conectados a la realidad virtual. A otro nivel, lo mismo sucede con los cochecitos teledirigibles del equipo antibombas en The Hurt Locker (2010). Cuestión de control y seguridad. Pero en Avatar es absurdo: Jake deja el costosísimo cuerpo tirado por ahí para despertar en la realidad en la que no es más que un marine lisiado. Maneja su cuerpo-avatar a voluntad. Por eso, algo que reclamar a Cameron es el no haberse internado en las consecuencias de una revelación que hubiera sido mucho más interesante: que Jake descubra que todo el tiempo había estado siendo teledirigido, que “sus” elecciones no habían sido nunca realmente suyas[3].

"En Marzo del 2002, Kevin Warwik, un profesor de cibernética de la Universidad de Reading, conectó su sistema neuronal directamente a una computadora. Ése es el futuro: no el reemplazo de la mente humana por la computadora, sino la combinación de ambos. En mayo de 2002 se reportó que científicos de la Universidad de Nueva York conectaron un chip de computadora directamente al cerebro de una rata haciendo posible dirigirla por medio de un mecanismo similar al que tiene un coche de juguete con control remoto. […] Lo que resultaba nuevo en este experimento es que, por primera vez, la "voluntad" de un agente vivo, sus decisiones "espontáneas" sobre el movimiento, fueron determinadas por un agente externo. La pregunta filosófica aquí es si esta desafortunada rata estaba consciente o no de que algo andaba mal, es decir, de que sus movimientos eran decididos por un poder externo. Cuando el mismo experimento se lleve a cabo en humanos, la persona dirigida ¿estará consciente de que un poder externo decide sus movimientos? Si la respuesta es afirmativa, ¿experimentará este poder como un irresistible impulso interno o como una coerción?"[4]

Zizek previene sobre las consecuencias de los últimos descubrimientos en biogenética: que los organismos naturales se están volviendo objetos manipulables. Observa una “des-sustancialización” de la naturaleza, humana e inhumana. Lo humano pierde su “densidad impenetrable”. Por eso concuerda con Fukuyama cuando éste afirma en su libro Nuestro futuro poshumano, que la noción de humanidad descansa sobre la creencia de que poseemos una "naturaleza humana" heredada, es decir, que nacemos con una dimensión insondable de nosotros mismos.

La crítica de Zizek a Deleuze
La “des-sustancialización” de la naturaleza humana repercute en otros campos. Es sabido que la historia de la filosofía occidental, así como los discursos más preocupados por “el otro”, se han complacido en ignorar a ese otro de nosotros que es el animal. El animal nos coloca en el límite abismal entre lo humano y lo inhumano; cuestiona aquello que creemos ser en tanto “hombres”. Los discursos sobre el sujeto, allí mismo donde reconocen la diferencia, continúan ligando la subjetividad exclusivamente al hombre. En este sentido, la filosofía de Gilles Deleuze es innovadora. Le otorga al animal un estatuto plenamente metafísico, en el sentido de que transforma la comprensión de lo humano; descarta la idea de una esencia invariante y personal para adoptar en cambio una etología de los afectos y una pluralidad de los modos culturales de subjetivación. Se interesa por excavar en esas zonas de indiscernibilidad donde lo humano y lo animal intercambian sus propiedades. ¿No es una graficación de estos intercambios lo que apreciamos en los encuentros entre na’vis y su entorno natural en Avatar?

La concepción inmanente de la naturaleza de Avatar es de inspiración spinoziana (“Dios es la naturaleza activa, y el mundo es la naturaleza producida”). Avatar se suma a las muchas películas que expresan esa fascinación por las mutaciones entre hombres y animales, o por los ensamblajes entre hombre y máquina. Devenires animales: hombre-araña, hombre-murciélago, hombre-lobo, X-MEN, vampiros, (¿los Thundercats?), cada uno de ellos mostrando una línea de fuga particular, según el mapa de salidas que les ofreza el animal o insecto con el que agencien; devenires-máquina: los replicantes en Blade Runner… RobocopTerminatorTransformers… En ambos casos la misma obsesión por salir de los límites que imponen la forma “hombre” y la categoría “humano”. Deleuze desmenuza los devenires-inhumano[5], ese algo más, ese algo fuera del hombre. Avatar es ideal para pensar estos fenómenos de borde. Si el hombre ha sido un modo de aprisionar la vida, ¿no ha de liberarse necesariamente en otra forma la vida en el hombre mismo?

Jake Sully es un marine al que la guerra ha dejado parapléjico. No es sólo el ofrecimiento por parte de los militares de devolverle sus piernas, lo que lo anima a enrolarse en la peligrosa misión en Pandora; sobre todo quiere salir de la vida mutilada con la que se ha encontrado después de seis años en criogenia. Su cuerpo-avatar le permite horadar una salida, pero él debe atravesarla, es decir devenir. Un nuevo comienzo en una nueva vida. Algo así como una variante del “Liquid Dream” que le ofrecen al personaje de Tom Cruise en Vanilla Sky: congelar aquella pesadilla en la que se ha convertido su vida para dar paso a una existencia soñada que se basa en sus mejores deseos y recuerdos. (¿Pero realmente salió Jake de criogenia?, ¿no es toda esta historia una parte de su largo sueño?) Otra interesante relación se puede trazar respecto de la película Fight Club (1999), donde el atormentado protagonista (Edward Norton) padece de insomnio. No descansa prácticamente nunca y lleva dos vidas, pues, cuando duerme en una, despierta en la otra: de Jake a Tyler Durden, su alterego, o su propio avatar[6]. Entrambos abren un club de pelea que es un espacio clandestino, subterráneo, en el que se fugan a la esterilidad de la vida consumista que preforma el sistema capitalista. Aunque la línea de fuga decae, una nueva subjetividad surge -una manera de reinventarse a sí mismo, igual que para Jake en Avatar.  A propósito, Zizek se pregunta: “¿No es Fight Club un caso ejemplar de la transgresión inherente que, en vez de minar al sistema capitalista, representa de manera obscena la cara oscura del sujeto capitalista normal?”[7]. En otra parte, dentro de su crítica a Deleuze, Zizek insiste en señalar que el polimórficamente perverso sujeto posmoderno que alterna entre diferentes auto-imágenes reinventándose todo el tiempo, no es subversivo en lo absoluto, pues describe algo que se ajusta perfectamente al capitalismo tardío. “Muchos izquierdistas, bajo la influencia del posmodernismo, piensan que estos valores –multiplicidad, libertad para elegir y reinventarnos a nosotros mismos– constituyen actitudes subversivas y revolucionarias, como si el poder defendiera aún valores conservadores”[8]; “La fórmula perfecta para el capitalismo liberal fue difundir una actitud posmoderna: nada de identidades fijas, identidades cambiantes y múltiples”[9].  Pero considera que todos estos valores son los de la ideología dominante. “El sujeto ideal puede ser trisexual y jugar con múltiples identidades, pero no es subversivo en lo absoluto; todo sigue igual”. Así, Zizek define a Deleuze como “ideólogo del capitalismo digital”.

Devenir animal, o deshacer el “yo”
Nos parece que Zizek equivoca su lectura en esta crítica, puesto que lo central en Deleuze, a nivel de la subjetividad, es el devenir. Es subversivo el devenir-revolucionario de un individuo en tanto que desarregla la organización y la jerarquía de las formas que se ha establecido en una sociedad. Avatar es un buen caso para ejemplificarlo, pues lejos de conformarse con la versatilidad de un sujeto que juega con varias identidades, explora en los efectos subversivos de un devenir-imperceptible.

Por encargo del coronel, y de la doctora Grace Agustine, Jake se infiltra en el mundo de los Omaticayas con el objetivo compartido de ganarse su confianza. Se podría decir que lo de Jake es una imitación, o una mímesis, pero en realidad se trata del devenir. Devenir no es imitar, hacer como, ni hablar como. Devenir es una empresa de destrucción del propio yo fría y concertada; un proceso en el que la discusión sobre las identidades pierde relevancia, puesto que hace estallar todos sus contornos. A pesar de que todo había comenzado como un juego para Jake, sin darse cuenta atraviesa un intenso devenir-na’vi, al punto de llegar a decir al regreso de sus viajes: “todo está al revés ahora: lo de allá arriba es el mundo real, y aquí es un sueño. Cuesta creer que sólo han pasado tres meses y yo ya no sé más quien soy”.  

En Pandora, los otros seres son prolongaciones de uno mismo en una manera muy parecida a la que Marschall Mc Luhan (1911-1980) concebía algunas cosas: p.e. la ropa como una extensión de la piel; el estribo, la bicicleta y el automóvil como extensiones del pie humano; y la computadora como una extensión del sistema nervioso central[10]. En Avatar Neytiri enseña a Jake el Tsa’Hell, o el vínculo que existe entre todos los seres. Así, para montar a su caballo debe aprender a conectarse con él; sentirlo como una prolongación de su propio cuerpo. Neytiri lo guía: “Siéntelo, dile interiormente qué hacer”. Para convertirse en cazador debe elegir a su ave, un Ikran, y esta a su vez lo elegirá a él. Desde que la misma energía espiritual fluye a través de todos los seres, es posible que se efectúen conexiones entre seres de distintos reinos. Los bosques de Pandora se revelan como una gigante red de energía en la que los Na’vis pueden subir y bajar recuerdos desde cualquier punto. Verdadero rizoma. Jake aprende a conectarse con “el árbol de las almas” y escuchar las voces de los antepasados. No es ni el frío científico que toma muestras, ni el imitador que debe identificarse con el otro; Deleuze concibe otro tipo de relación con lo diferente: el devenir, agenciar algo con él.  No es el paso de una forma a otra, sino la afirmación de una no-forma. Jake Sully encarna ese personaje que Deleuze denomina el traidor. Traiciona a la misión, pero también a los Na’vis, y al final traiciona a su raza. Deviene imperceptible. La tontería final de la película es la de haber desestimado el valor que ya tenía este devenir y optar por un final en el que el devenir es sacrificado a favor de una trasmigración de almas. Jake despierta dentro de su cuerpo avatar. Ahí termina la película, y también lo que queríamos decir.

 Jorge Luna Ortuño


[1] Zizek Slavoj, “Lo real y sus metáforas”. Entrevista concedida a Eduardo Gruner.
[2] Zizek Slavoj, “La medida del verdadero amor es: puedes insultar al otro”.
[3] Algo así como el estremecedor descubrimiento que hace el personaje de Denzel Washington en El embajador del miedo: él cree ser un militar disidente que está luchando por mostrar la verdad, pero descubre que en realidad está sirviendo a los que quiere desenmascarar; ellos controlan sus elecciones desde el día en que le lavaron el cerebro en la Guerra del Golfo Pérsico.
[4] Zizek Slavoj, Órganos sin cuerpo. Sobre Deleuze y consecuencias, pp. 32-35. Pre-textos, 2006. “Es sintomático que las aplicaciones de este mecanismo tuvieran que ver con la ayuda humanitaria y la campaña antiterrorista: ratas u otros animales podrían utilizarse para hacer contacto con víctimas enterradas por terremotos o para atacar a terroristas sin arriesgar vidas humanas”.
[5] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil Mesetas. (Especialmente la Meseta 10: “Devenir intenso, devenir animal, devenir imperceptible”).
[6] Avatar en el sentido que se le da a los personajes que uno se puede crear, con características y atributos especiales, dentro de un videojuego en red.
[7] Zizek Slavoj, “El club de la pelea: ¿verdadera o falsa transgresión?”.
[8] Zizek Slavoj, “Contra el goce”.
[9] Zizek Slavoj, “El calamar te vigila”.
[10] Marschall Mc Luhan, Comprender los medios de comunicación

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