Reseña del libro de Daniel Campos, De Tarija a Asunción.
No se revela nada nuevo cuando se
afirma que el libro De Tarija a la
Asunción. Expedición boliviana de 1883 (Editorial El País 2010), tiene un
enorme valor como documento histórico, y que además despunta por la frescura y
simpleza de su narrativa. Ante todo, se
trata de un cuaderno de apuntes en el que Daniel Campos (1829-1902) comparte con
talento poético una serie de imágenes bellas que guarda del Chaco, de los guaraníes,
de la psicología intemporal del ser humano, y de los pormenores de una travesía
de sesenta y tres días en la que una tropa de voluntarios –que él mismo dirigió–
se jugó la vida.
El producto final es un libro que
retrata la vida y sus desafíos. “El único
medio racional de avanzar en el Chaco es el de las ‘cruzadas’ que consiste en
tomar cierta altura, lejos del río, caminar vía recta, e ir a caer a su borde
en horas dadas, ya para mitigar la sed, ya para acampar”. (p. 63) Más que
de historia se trata de geografía: La cuestión urgente todo el tiempo es cómo
avanzar, cómo hallar una salida, qué ruta tomar, cómo evitar un bosque o seguir
un río, prolongar la línea y seguir adelante. Pero los obstáculos surgen todo
el tiempo. No es sólo el Chaco –que hasta ese momento es considerado terreno
hostil e infranqueable; es también la falta de agua y alimentos, las
infecciones, la inclemencia de los pantanos, la presencia amenazante de las
tribus, aunque ésta amenaza exista más por prejuicio que por conocimiento verdadero
del “otro”; y luego también las negligencias del Coronel Pareja o del francés
Arthur Thouar, que intercambiaron durante y después de la expedición el papel
de villano y de traidor.
Pintoresco
personaje
Daniel Campos, abogado, ministro, y
delegado de la expedición a Asunción por invitación del gobierno, fue un
potosino que se declaró enamorado del Chaco; hombre variado, de diversas
ocupaciones y gustos, talentoso escritor de poemas, aunque estos no llegaron a
ver la luz más que en algunos periódicos de la época, allá por los inicios del
Siglo XX. Sin embargo, su afecto por la poesía se respira ya en varios pasajes
de este informe, especialmente en el maravilloso capítulo titulado “La Borrasca”,
en el que su prosa parece alcanzar su temperatura ideal, provocada quizá por la
situación extrema que viven en ese momento, por la incertidumbre de la
situación, empeorada por el violento temporal que los azota, y por el cercano
encuentro que tiene con la muerte, todas ellas cuestiones que relampaguean ante
sus ojos y chorrean sangrantes a través de sus palabras…
Campos llevaba en su corazón el
sueño de la integración como motivación rectora del viaje: conectar
territorios, abrirle nuevas puertas a Bolivia por la vía del Paraguay, desmitificar
el trabajo de las misiones, integrar a los indios chiriguanos con el resto del
mundo… Al mismo tiempo, atestiguamos el recorrido de un hombre siguiendo su
sueño, el sueño de abrir una ruta hacia el Paraguay. Más allá del tema
particular que sirva de detonante, es siempre ilustrativo aprender de las
lecciones que nos heredan aquellos grandes personajes que no se alejaron de sus
ideales para conseguir sus objetivos.
Es importante decirle al potencial
lector de este libro que en él no encontrará únicamente datos referidos a la
geografía de la zona, ni una colección de interpretaciones lúcidas del momento
histórico que se vivía tras la creación de la Patria y la pérdida del Litoral
arrebatado por Chile, sino también una serie de valiosos aportes de otro orden:
en su relato de la expedición Campos hace gala de una profunda comprensión de
las relaciones humanas, de su don innato para liderar a hombres cargados de
ego, y de la fortaleza de su espíritu a la hora de afrontar la adversidad. En
sus apuntes capta detalles y gestos aparentemente insignificantes, pero que,
como él mismo apunta, terminan definiendo a una persona y a una situación, y a la postre serán decisivos para que este
viaje que se relata llegue a buen término. Campos valora perfectamente el
temple y fortaleza de los hombres que lo rodean y los usa en beneficio de la
expedición; como buen líder, prefiere que los otros hombres que componen el
grupo expedicionario lo sigan por convencimiento antes que por obligación; con
tranquilidad, paciencia e ingenio argumentativo logra su cometido la mayoría de
las veces.
Un logro fundamental, que atraería algunas
reacciones negativas contra su libro, es que desmiente la imagen de feroces salvajes
que se tenía de los chiriguanos, y los defiende invariablemente a lo largo de
varios pasajes, aunque su humanitarismo no termine de imponerse a su visión
utilitarista: “sus tribus, tratadas con
energía y benevolencia, lejos de ser el obstáculo son el poderoso auxiliar del
explorador y mañana serán los fuertes brazos del trabajo productor”. (p.
245) Los guaraníes, desprovistos ya de la imagen de animales que se cierne
sobre ellos, son seres accesibles, juguetones hasta cierto punto, e ingeniosos.
El
aporte
La exploración del Gran Chaco ha
impulsado a varias generaciones a meditar en la travesía y realizar una serie
de esfuerzos, sin que ninguna de las expediciones realizadas desde los primeros
tiempos del coloniaje alcanzara a cumplir su objetivo, siendo que nunca
pudieron avanzar más allá del Piquirenda. Fue recién con la expedición de 1883
que se logró cruzar ese desconocido territorio. En el mediocre prólogo que
escribe Mariano Baptista Gumucio podemos retomar el apunte con el que inicia sus
comentarios: no existe una epopeya propiamente boliviana al estilo de El Cid Campeador en España, o del Martín Fierro de Hernández en la
Argentina. Pero si hay en nuestra historia una experiencia que se le aproxima
es la que queda retratada en De Tarija a
la Asunción, fabuloso relato que –con los recursos adecuados– bien podría
inspirar la realización de una memorable película boliviana en los años por
venir.
Cinco años después de que se llevara
a cabo esta expedición se publicó el libro sin que lograra captar la atención
que se esperaba. Hasta hace muy poco permanecía olvidado en los estantes de
alguna que otra biblioteca pública. Ahora, en la obra reeditada por la
editorial El País, se publican los tres capítulos más sustanciosos, dejando fuera
las extensas advertencias preliminares, la correspondencia y los balances, los
cuales no interesaron en su momento y menos lo harían ahora. Se sabe que por
aquellas fechas el gobierno boliviano premió con tierras baldías y otros
obsequios a los voluntarios de la expedición, pero no premiaron nunca su
esfuerzo como correspondía, pues por largo tiempo no se escucharon las
recomendaciones esbozadas en el informe, y se mantuvo invariable la abusiva instalación
de haciendas en los territorios indígenas.
A más de cien años de la realización
de este viaje, por segunda oportunidad, Daniel Campos reclama algo más que la
dulzura del reconocimiento, o quizás le dé igual. “¿Quién sabe el misterio de nuestro fin? Náufragos talvez del
insondable abismo donde nos arrojamos, permanecerán ocultos nuestros restos, borradas
como sombras nuestras memorias, hasta que la mano de los siglos pueda
revelarlas a una generación indiferente”.
(p. 65)
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